Primer sueño: es de día, voy caminando por los andadores de
la Jardín Balbuena y descubro que están construyéndose muchas torres. Son
torres altísimas, de diversos tonos de azul y están hechas de plástico. Llego a
un prado entre dos casas: del otro lado hay un camión de donde bajan unos
albañiles con cascos, colocan una
plancha de cemento en el pasto y en unos
cuantos segundos brota una de las torres que sube veloz hasta las nubes como si
fuera una planta. Calculo que cada torre tiene por lo menos cincuenta pisos. Sigo caminando, me doy cuenta que conmigo va mi amigo Edgar "el Lobo" y Lolita, mi perra; llegamos a la entrada de una de las torres. Pasamos a un enorme vestíbulo de techos muy altos y lleno de gente; las paredes
están tapizadas de pantallas donde aparecen cifras y letreros; en un rincón hay
un espacio con juegos infantiles y varios triciclos volcados. Hay varias tiendas
de ropa, papelerías, locales en renta con cartulinas de colores fosforescentes. Suenan
voces en lo alto, zumbidos: el ambiente se siente como el de un aeropuerto
enloquecido. Me preocupa que con tanta gente viviendo en la colonia se vaya a
acabar el agua. Llego a un mostrador donde hay tres bell boys jóvenes y peludos que parecen changos; les digo que mi
tía quiere comprar un departamento, que si me dejan pasar a ver cómo son. Los bell boys me levan con su jefe: es igual
a ellos pero mide el doble y está detrás de una barra alta. Hace gestos ridículos
y me señala unas escaleras mecánicas ocultas detrás de una pared. Cargo a
Lolita; conforme subimos, se ven abajo pasillos de cristal repletos de niños y adultos
que se mueven como hormigas. Llegamos a una parte alta donde hay una pileta de
agua muy sucia: en uno de los bordes hay alguien que al vernos salta hacia el
agua. Me asomo a la pileta, quien saltó es ahora una especie de caballito de mar
lleno de hilos y espinas que nada retorciéndose entre burbujas verdes que me
dan mucho asco. Lolita escapa de mis manos y salta al agua; voy tras ella y me
lleno de lodo: al sacarla veo que está toda enlamada y pienso que ahora tendré
que raparla. Luego estamos en el interior de uno de los departamentos; con
nosotros también está Doris. Hay una especie de fiesta familiar: en la cocina
hay varios televisores encendidos y unas señoras que preparan cazuelas de mole
y otros guisos. Caminamos entre personas que nos ignoran; llegamos a un
pasillito y entonces aparecen Laura Franco y Enrique Bernal, amigos de tiempos de
la secundaria. Laura dice que vayamos a uno de los baños donde hay más
privacidad; que nos va a contar un cuento de Jung (en la vida real, Laura es
terapeuta). El baño es muy grande y tiene una tina llena de agua; Laura comienza a hablar. A media plática, se abre la puerta y entra un robot gigantesco y bonachón:
es el papá de Laura que quiere usar el baño, así que tenemos que salirnos… Despierto. Segundo sueño: estamos
Doris y yo desayunando en un restaurante de Puebla, llega Gilberto a darnos
unos libros y le invitamos café. A un lado del restaurante hay una tienda de
artesanías: en uno de los estantes hay varios libros empaquetados en bolsas de plástico
y colgados en ganchitos; cada libro cuesta un peso. Descubro que sólo hay dos títulos diferentes, repetidos decenas de veces: El retorno de los brujos y Los
albañiles de Leñero. Decido comprarlos todos, pero entonces Gilberto me dice
que le deje la mitad para venderlos. Luego todo cambia: estoy yo solo frente a
un puestito de pelis piratas. En una pantalla están pasando un corto animado
que nunca he visto: se trata de un extraño video musical donde una mujer negra baila y
toca las maracas; junto a ella cantan unas jirafas. El estilo de los dibujos
me recuerda al de Sylvain Chomet. Veo que el corto dura menos de dos minutos y
decido ponérselos a mis alumnos de Narrativas en una clase sorpresa. Luego estoy tras mi lap grabando un dvd con
varias animaciones musicales en miniatura: ninguna pasa de dos minutos. Al
tratar de agregar el corto que acabo de ver, noto que hay un segundo que se
pierde: en el sueño ese segundo es una rayita de colores que parece una aguja de hielo,
lo cual me parece muy extraño. Sigo intentando que el corto quede completo,
pero entonces todo cambia y estoy en el comedor de la casa donde viví de niño, acomodando en
una caja de cartón las hojas onduladas de un horrible adorno navideño viejísimo… Despierto.
viernes, 13 de octubre de 2017
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