Varios duendes oficinistas están bailando y dando vueltas en
las riveras de un río rodeado de árboles. Es muy noche, se siente un ambiente melancólico. Uno de
los duendes saca una pequeña canica de luz y empieza a jugarla entre sus dedos:
se la pasa de una mano a otra y luego se la lanza a otro duende. Inicia una
coreografía muy extraña, donde los duendes giran y danzan, pasándose la canica
de luz unos a otros. Conforme esto sucede, mi punto de vista cambia, siguiendo
la luz; también logro ver el entorno, donde el río y los árboles se van
intercalando con escritorios y otros muebles. Al final, uno de los duendes
dice, refiriéndose a la canica, que
nunca habían tocado todos un solo objeto durante tanto tiempo; los demás
duendes asienten, solemnes. De pronto todo cambia y estoy en un almacén: en los numerosos anaqueles hay
vasos desechables, uniformes de astronauta y latas grandes de alimento. Un par
de boxeadores jóvenes están finteando en uno de los pasillos; parece que es
para un comercial que van a grabar ahí. Luego estoy en un jardín dando una
clase de tarot: tiendo las cartas sobre una mesa, alrededor hay varias señoras
que no reconozco. Llega mi primo José Guadalupe para que le haga una lectura;
en vez de tarot, uso un montón de fotos viejas de mis primos y primas. Luego estamos mi primo y yo en el interior de un gran auto convertible: él va manejando; está vestido y
peinado como rockanrolero de los 50s. Junto a nosotros va otro auto, pero en
reversa; cuando mi primo acelera, el otro auto también lo hace. En ese momento
me doy cuenta de que el otro auto es de Alvarito Cortez (quien fuera gerente de un
hotel donde trabajé varios años, hace mucho tiempo). Una vez que mi primo llegue a la
estación de tren, Alvarito se encargará de regresarme. Llegamos a la estación;
mi primo se despide de mí con un abrazo y sube corriendo por unas escaleras de piedra:
arriba, en un muro, hay un reloj sin manecillas. Me trepo al auto de Alvarito y entonces
sucede algo rarísimo: el auto arranca, se hace chiquito, se me mete a la ropa y sale disparado
por una de mis mangas. Logro ver como el auto, muy pequeñito ya, se oculta en un rincón de la recámara donde dormía cuando era niño... Despierto.
jueves, 27 de julio de 2017
miércoles, 26 de julio de 2017
26 DE JULIO DE 2017
Estoy en el interior de una
bodega inmensa y oscura: el piso es una rampa, por lo que tengo que descansar
en una repisa para no resbalarme. Junto a mí hay un televisor pequeño y unas niñas
árabes durmiendo. Hasta donde alcanzo a ver, hay grupos de personas en sus respectivas
repisas; son tribus. En el televisor están transmitiendo un documental sobre
unos insólitos y fascinantes animalitos que acaban de descubrir. Los animalitos, rojos y anaranjados, son entre gusanos y hormigas; se cree que son muy inteligentes pues construyen puentes y hacen formaciones militares: al verlos dan
miedo, pero a la vez maravillan. Entonces empiezo a resbalar por la rampa,
trato de aferrarme a otras repisas pero no lo logro; conmigo van resbalando
otras personas. Al llegar a la parte de abajo, veo una cortina metálica a medio
abrir: afuera hay mucha luz. Salgo: ahora estoy en un restaurante grande y
lleno de plantas. En una mesa está Doris, desayunando, llego con ella y me dice
que no tenemos pan. Me dirijo a una vitrina donde se exhiben panes de distintos
tamaños y formas; en eso llega Timo Sosa con un costal a cuestas. Timo me
abraza y luego abre el costal: está lleno de unos panes redondos hechos de
hebras que se ven riquísimos. Me da dos panes y me dice que tiene que regresarse
a Campeche (Timo es uno de mis mejores
amigos y actualmente vive allá). Luego vamos Doris y yo caminando por la Zona
Rosa; hay mucha gente disfrazada, como si fueran a un carnaval. En una
jardinera nos encontramos una caja grande de cartón llena de ropa doblada: son
blusas y chamarras. Desdoblamos una de las prendas y vemos que tiene una etiqueta
que dice "Magdalena López Hernández", quien es amiga nuestra. Entonces nos enteramos
que toda la ropa es de ella y que acaban de correrla de su trabajo. Seguimos
caminando, buscando a Magdalena, pero no la vemos en ninguna parte. Luego estoy sin Doris en el Paseo de la Reforma, a la altura del museo de Antropología: es de
madrugada y está lloviendo. Hay mucha gente conmigo, se supone que somos los
integrantes de una misión cuyo objetivo ignoro: tenemos que salir en unos
momentos, algunos a pie y en grupos, otros en autos de carreras. Voy a pie con
mi grupo: compartimos un enorme paraguas transparente; junto a nosotros pasan ruidosos los autos de carreras. De pronto estamos ya en
Insurgentes, pero se trata de una calle curva, blanca, iluminada con faroles
chinos. Me separo del grupo y entro a un cine. La sala del cine está casi
vacía, en la pantalla están exhibiendo una película que trata sobre una máquina
de sueños. Un científico manipula la máquina: una especie de lavadora gigante
coronada con un racimo de tuberías que se pierden en diferentes direcciones, y
que es por donde salen los sueños. Luego soy yo quien manipula la máquina;
junto a mí hay un mayordomo sirviendo vasos de refresco. La máquina tiene una
puertita que es muy peligroso abrir pues puede desajustarse todo el proceso.
Sabiendo que corro un riesgo, abro la puertita y veo que en el interior hay un collage
de portadas de libros: distingo las portadas de obras de Hesse, Lovecraft,
Freud y Oliver Sacks. De pronto todo cambia: otra vez voy con Doris, caminando
por una calle tranquila. Llevamos un paraguas, pues sigue lloviendo: nos
dirigimos a casa de Sven, donde tomaremos una clase. Como es muy temprano, les
llamo por teléfono: me contesta María y nos dice que podemos llegar antes, sin
problema, que ya llegó Gustavo Beck, quien también tomará la clase. Veo una escena: en un salón largo, como un
vagón de tren, juegan al ajedrez Sven y Gustavo Beck; las paredes son de
cristal. Ya estamos a punto de llegar: veo la casa de lejos, al final de una
calle arbolada. Entonces descubro que Doris y yo vamos cargando cajas de
regalos con moños y envolturas blancas… Despierto.
martes, 25 de julio de 2017
25 DE JULIO DE 2017
Estamos mi primo Gerardo, Doris y yo en la sala de
Sherlock Holmes; también nos acompaña mi perrita Frida. Sherlock está arriba en
su recámara, arreglándose: va a ir con nosotros a una fiesta. Como no baja, los
cuatro subimos por una enorme escalera curva y nos detenemos en uno de los
descansos: mi primo saca una lupa y se agacha para ver si en la alfombra hay
chinches. Luego estoy yo solo en la cocina de mi mamá: es larga y llena de
muebles blancos; tengo que instalar un soporte para poner el rollo de
servilletas de papel: el soporte es anaranjado, tosco, mi mamá lo compró en los
70s. Busco un espacio en la cocina donde quede bien, pero no lo encuentro: en
las paredes hay imágenes de santitos y grietas. Abro las puertas de un gabinete
de trastes: donde debería haber platos y vasos, están los libros de mi papá.
Por dentro, noto que el gabinete está chueco, pero firme; en uno de los cantos
exteriores empiezo a colocar con unos tornillos el soporte porta-servilletas. Luego estoy en casa
de la mamá de Doris arreglando un cortinero: como no tengo escalera ni banco,
tengo que pararme de puntas en el canto de un ventanal. Llega Anita, la
asistente de la mamá de Doris y empieza a moverme los talones para que me
caiga. De pronto todo cambia: veo una isla, se supone que es Corea (estos días hemos estado viendo cine de terror coreano). La isla
está rodeada de niebla y entre la maleza vive un enorme monstruo que nadie ha
visto. El monstruo devora a sus víctimas cuando algún
fragmento de ropa se convierte en libélula y vuela hacia la isla. El
monstruo entonces sabe dónde están las víctimas y puede devorarlas a distancia,
con la mente. Estoy practicando karate en una playa: el mar es gris y frío. Entonces
un pedazo de mi manga se desprende, se convierte en libélula y vuela hacia el
mar: en ese momento sé que estoy condenado, que el monstruo de la isla me va a
devorar. Doris me dice que no va a pasar nada, que sólo cambie de sueño. Ahora
vamos Doris, Toni Rodríguez, Gilberto Soriano y yo en un automóvil muy grande:
recorremos las calles de Guadalajara. Es sábado. Llegamos a un estacionamiento, nos bajamos del auto y entramos a la Comercial Mexicana; como es temprano, hay poca gente.
Me subo a un carrito que Doris empuja, todavía voy preocupado por el monstruo
de la isla, pero Doris me dice que no pasa nada, que
me va a llevar a bailar. El salón de baile es muy oscuro y está en las bodegas
de la tienda: en las penumbras se logran ver refrigeradores industriales y mesas grandes. Entonces me acuerdo que necesitamos un espejo para un pequeño
baño que construimos junto al baño y le digo a Doris que me ayude a escogerlo: el
espejo tiene que ser de color blanco. Salimos de las bodegas; Gilberto dice que se va a buscar unos
libros. Estamos Doris y yo frente al estante de los espejos, pero un niñito
gordo nos impide verlos. Luego vamos ya formados en la fila de la caja; mientras
esperamos, Toni le va explicando a Gilberto como preparar un guiso de
chícharos. Doris paga, pero una viejita que está ayudando a meter las compras
en bolsas, me da el cambio a mí. Busco entre el cambio una moneda de cinco
pesos para darle propina a la viejita y me encuentro una pequeña figura metálica.
Se trata de una moneda conmemorativa de los ferrocarriles en Guadalajara, tiene un trenecito y dos diminutos ferrocarrileros de pie, saludando; también tiene una base para poder
sostenerla. Le digo a Doris que la pongamos de adorno en la biblioteca; la
viejita dice que vale mucho, como setenta pesos. Ahora estamos caminando por un pasillo exterior: noto que Toni y
Gilberto van descalzos; pienso que deberíamos haberles comprado unos huaraches.
Al llegar al estacionamiento descubrimos que se robaron el auto y nos da mucho coraje; Toni dice que le va a llamar a su hermana para que pase por nosotros. Pero entonces
vemos que no es cierto: lo que pasa es que hay una fila de autos que no estaba ahí antes, tapando el nuestro. Nos
subimos al auto y arrancamos, Doris al volante. Luego vamos por un camino medio rural, al
fondo se ve una montaña muy grande; estamos contentos… Despierto.
lunes, 24 de julio de 2017
24 DE JULIO DE 2017
Primer sueño: voy volando por encima
de unos pantanos que están en el parque Naucalli; arriba hay nubes negras y
hace mucho frío. Sigo así por Boulevard de la Santa Cruz; mi manera de volar es
moviendo los pies como si estuviera patinando a treinta centímetros de la superficie. A
un lado de la calle se ven los enlodados campos de futbol americano, pero como
estaban en los ochentas. De pronto el exterior ya no es Naucalpan, sino Cancún; empieza
a salir el sol. Los pantanos se convierten en un río: en sus orillas hay autos
estacionados: distingo una Limousine de color
blanco; sentado en el cofre, un hombre revisa su revólver. Pienso que si estoy
en Cancún, entonces tengo que encontrar trabajo y un lugar dónde establecerme (en
la vida real, viví casi dos años en Cancún a finales de los ochentas). Luego
estoy en el mismo río, pero ahora soy un pirata a bordo de un velero. Hay un sol radiante y a ambas orillas del río se ven muchas personas, construcciones y
vegetación; se siente un ambiente festivo. En el velero hay más piratas,
haciendo tareas diversas. Sigo volando hasta la proa, de ahí salto al río y me
voy adelantando al velero hasta que llego a una abertura redonda, como la boca de una tubería
por donde continúa la corriente. Entro: el sitio está iluminado y tiene a ambos
lados unos pasillos con escaleras; el agua se ve estancada y llega como a la
mitad del círculo que mide unos veinte metros de diámetro. En ese momento me doy cuenta de que el lugar
es en realidad un monstruo marino y que la abertura redonda por donde acabo de
entrar, pese a ser una edificación, corresponde al ano. Les pido a los otros
piratas que vengan a rescatarme; aunque se quedaron afuera y están muy lejos,
ellos me escuchan perfectamente. El capitán me responde que el barco es muy
grande y que no quiere arriesgarse a que se doblen las velas: para convencerlo,
le miento, diciendo que encontré muchos tesoros. A mi alrededor flotan varios
cubos enormes de madera; el agua
desaparece y ahora estoy en unas tarimas donde hay una especie de feria. Veo puestos de manga
(cómics japoneses), globos, muchachos de secundaria comprando golosinas. Entre
los puestos van caminando varios personajes de One Piece, la serie de anime.
Luego todo cambia: estoy en un departamento pequeño; es de noche y desde la
ventana se divisan muchos edificios. Me siento algo preocupado: tengo la
oportunidad de ir tres meses a Canadá para estudiar Historia de las
Animaciones, pero no quiero separarme de Doris. Ella me dice que me vaya, que en
un par de semanas me alcanza. Luego me pide que estando allá no me la pase todo
el tiempo viendo animaciones; que también aproveche para mejorar mi "inglés de
pollero"… Despierto. Segundo sueño: una habitación ocupada casi en su totalidad
por un colchón tirado en el suelo. Paralelo al colchón hay una chimenea muy
grande. Estoy acostado en un extremo del colchón; por más que lo intento, no
logro despertar. A mi alrededor hay varios perritos olisqueando ropa y otros
objetos. Entra a la habitación una señora mayor que es algo así como una nana:
no quiero que me vea, pues debajo de las cobijas estoy desnudo. La señora empieza
a hacer ruido con el papel celofán que tiene hecho bolita en una mano: me
molesta, pero es su fórmula mágica para obligarme a "cambiar de sueño". Ahora voy
caminando por un campo nublado; me acompaña Mario González Suárez, quien me va a revelar un gran secreto. Llegamos a un refugio de paredes de
lámina, parecido a la Dirección de la Escuela Mexicana de Escritores cuando
estaba en Coyoacán, aunque mucho más grande. Desde las ventanas se ve el interior
del refugio: hay dos mesas largas donde varias señoras están tejiendo. Pasamos
por una puertita y Mario me dice: "estas señoras me enseñaron a tejer, ahora te
van a enseñar a ti"; a ellas les dice que soy "el amigo de Tario"... Despierto.
Tercer sueño: mi tío Lalo y mi tía Dyrna van caminando juntos; a su espalda, en
una especie de canasto, voy colgando yo, de niño. Estamos en el vestíbulo de
los cines Toreo; alrededor de nosotros hay muchísima gente, también caminando. Pasamos
por una taquilla donde venden los boletos para una película de los cuarentas
que se llama Sulo: el cartel muestra a Luis Aguilar y a otra actriz de aquella época que no
reconozco: están enojados, mirando a "Sulo" una especie de gángster infernal
cuyo rostro parece una máscara. Me da gusto que estén pasando pelis viejas,
para las nuevas generaciones. Voy tomado de la mano de alguien, supongo que es
mi tía Dyrna, pero entonces descubro que la mano pertenece a una señora
desconocida, flaca y algo triste: nos soltamos un poco apenados; ella va
acompañada de otra señora y sus hijos, una niña y un niñito. Veo que pasan por la taquilla donde
venden los boletos para Marcelino pan y vino, pero la niña dice que no quiere ver
esa película. Mis tíos se alejan de ellos, conmigo a la espalda: aún alcanzo a
darme cuenta de que las señoras y los niños entran a una sala donde se exhibe Silo,
una peli animada. Veo el cartel donde aparece, saludando, Silo: es una especie de
ratón rosa, bastante nefasto. Mis tíos se detienen: de la nada aparece la escena
de una mesa donde hay vasos, cubiertos y
un plato de pescado ya servido. Una presencia hace que la mesa de varias vueltas
en el aire y vuelva a caer, pero ahora está completamente vacía. La presencia me
indica que es para preparar mi clase de vampiros: entonces cae en la mesa el gris
cadáver de un horrible nosferatu desnudo, listo para que yo le haga la
autopsia. Quedo aterrado y regreso a la parte del sueño donde estoy en los
cines, con mis tíos. De pronto, entre la multitud, aparecen mi papá y mi mamá
como eran en los setentas: van del brazo y les da mucho gusto verme. Yo saltó
del canasto donde me llevaban mis tíos al canasto que llevan en la espalda mis
papás. Mi tío dice que están muy orgullosos de mí… Despierto.
sábado, 22 de julio de 2017
21 DE JULIO DE 2017
Primer sueño:
estoy tras mi PC buscando imágenes para una clase sobre vampiros orientales.
Aparece una foto de Joel-Peter Witkin: se trata de una madrota vampiro. La
imagen de la foto sale disparada de la pantalla y se dirige a una esquina
superior de la habitación donde se queda pegada: volteo a ver y es una enorme
crisálida de hilos y baba que me da mucho asco. Luego estoy con Doris dentro de
una tienda de campaña muy grande que está en medio de un bosque algo siniestro.
Estamos sentados en unas sillas plegables; vestimos como rusos pues hace mucho
frío. Nos encontramos ahí porque vamos a
dar una clase sobre vampiros que se transmitirá en la TV; Doris está muy
campante, platicando con nuestra amiga Gina quien será la presentadora del
programa. El director es Antonio Lupián quien está disfrazado de domador y anda
de un lado a otro dándole instrucciones a los chalanes, preparando cámaras y
luces. Afuera empieza a caer nieve: es medianoche. Yo estoy preocupado pues a mí me
toca hablar de novelas mexicanas de vampiros y no he leído muchas; sé que
Gerardo Porcayo escribió una muy buena pero no me acuerdo de qué se trata.
También sé que hay un autor del siglo XIX que escribió varias, pero no las he
leído. Necesito mis apuntes que se quedaron en una habitación a varios metros
de la tienda de campaña: quiero salir a traerlos pero la nevada es muy
intensa; además el programa está a punto de comenzar. Afuera, entre las ráfagas
de viento, se oyen aullidos de lobos. De pronto me encuentro en una sala de
espera de hospital: alrededor hay muchos harapientos durmiendo en los sillones.
Me miro y veo que yo también ando harapiento: traigo gorro y guantes tejidos,
una bufanda larguísima y sucia. Me estoy acomodando para intentar dormir cuando
entran a la sala cuatro hombres vestidos de negro: aunque no cargan armas, sé
que son asaltantes. De pronto el lugar se convierte en un vagón de metro: veo
la puerta abierta y salto hacia afuera. Uno de los hombres me sigue, yo camino
rápido: estamos en Metro Etiopía. El hombre se me adelanta y me impide pasar;
saco diez pesos y se los ofrezco, pero él me dice que es muy poco, que de
perdis cien. Entonces me doy cuenta de que está muy chavito y me da harta
ternura: lo abrazo y él trata de zafarse, lloriqueando. Abrazados, empezamos a
derretirnos lentamente; antes de ser un charco en el piso, alcanzo a ver que
estamos frente a unas rejas por donde entra el sol y que son sus rayos los que
nos están derritiendo. Desaparezco y ahora sólo soy el espectador del sueño que
es al mismo tiempo un cómic extrañísimo: veo una calle sateluca donde un hombre
delgado, vestido elegantemente a la usanza de los años 20s, espera a una mujer
afuera de una casa de dos pisos. Es sábado por la mañana, la calle tiene un
camellón ancho y está libre de tráfico; todos los coches estacionados son
negros. La mujer sale y cruza un jardín, llega a la reja y le dice al hombre
que el sultán está durmiendo. Tras una ventana del segundo piso veo al sultán:
es un hombre bigotón y gordo que duerme a pierna suelta entre almohadones. Luego
la escena cambia: el hombre delgado y la mujer aparecen en un bosque muy
luminoso; están sentados en una banca situada en medio de un claro. Aunque es
muy bella, la mujer contrasta con el hombre pues está toda fachosa y
despeinada: usa una bata transparente llena de agujeros que dejan ver su piel
verde. De pronto el sultán sale de unos árboles a abrazar a la pareja: les dice
que no se preocupen, que ya cumplieron su condena y que los deja en libertad.
En ese momento me doy cuenta de que estoy soñando y de que el sultán es en
realidad un vampiro o un león… Despierto. Segundo sueño: estoy en un patio muy
amplio, me rodean diez perritos pues además de los míos hay varios de visita.
Me identifico con un perrito negro y muy simpático, aunque bastante feo: va
feliz de un lado a otro tirando macetas mientras corre. De pronto me encuentro
en lo alto de un cerro: desde donde estoy se ven a lo lejos iglesias y
peregrinaciones de personas y perros que suben hacia mí. Tengo en pecho y
abdomen la imagen de San Judas Tadeo; sé que debajo hay un agujero grande que
deja a la intemperie mis pulmones y mi corazón. Alguien me dice que me quite la
imagen; así lo hago y descubro un cristal plano que deja ver mi interior: son
pequeños mecanismos de madera, adornos y plumas, cuentitas de cristal. Busco al
perrito negro, Doris me dice que acaba de verlo y eso me tranquiliza. Luego
estoy con mi prima Otilia y varias tías en un hotel grande, preguntando por una
reservación que hizo a nuestro nombre mi mamá. Recorremos pasillos largos donde
hay escenas varias: camareras viendo el box en un pequeño televisor, perros de
carreras, turistas gringos cargando una tabla de surf. Llegamos a una
habitación extraña: en el interior se oye un rumor que me da miedo, mis tías
pasan y yo me voy hacia el otro extremo del pasillo. Luego mi prima Otilia y yo
entramos a un elevador muy grande. Cuando se cierran las puertas y el elevador
empieza a bajar, de una de las esquina superiores surge un grotesco fantasma de
papel maché con un puñal de utilería en la mano: se nos abalanza volando y
entonces me despierto, algo asustado.
miércoles, 19 de julio de 2017
19 DE JULIO DE 2017
Me rentan una casa enorme en $7,000
al mes; el precio incluye un mayordomo y dos doncellas. La
casa es blanca: la sala y el comedor están al nivel del piso y las recámaras
abajo, pues está incrustada en una colina; desde arriba se percibe una vista
impresionante de la ciudad. Pienso que la casa va a funcionar muy bien para abrir ahí la
nueva Escuela Mexicana de Escritores, pero no sé qué hacer con el
mayordomo y las doncellas. Entonces me llega una imagen donde el mayordomo y
las doncellas están bailando lentamente en un escenario de la futura escuela: usan antifaces y disfraces exóticos. Bajo
a la cocina: es blanca y lujosa. En una mesa está Doris, resolviendo un juego
de acertijos compuesto por corazoncitos perfumados de dulce; me dice que
ahorita que termine nos vamos. Luego todo cambia: estoy en una habitación larga
y algo oscura, se trata de la recámara de Tony Soprano. Uno de sus matones me
va mostrando solemnemente el lugar: la colección de trajes y corbatas, la madera
negra que decora las paredes, una puerta tapiada donde Tony guarda sus tesoros.
En la entrada del baño hay un pizarrón luminoso: se trata del blog de Carmela, la esposa
de Tony Soprano. El blog se actualiza cada diez segundos y en él van apareciendo imágenes diversas: fotos de Carmela de joven, autos
convertibles, cartas de amor con cupiditos dibujados, un perro lanudo. El matón
me dice que en la habitación de Carmela está el blog de Tony; que decidieron
intercambiarlos para que así no haya secretos entre ellos, pero Tony nunca escribe nada. Al salir, el matón
me regala de recuerdo una pluma fina. Salgo a la calle: es muy noche y sé que
ya debería estar durmiendo. Pasa un autobús casi vacío, en uno de los asientos
hay un chocolate que es al mismo tiempo un cuaderno con mis apuntes de sueños;
tengo miedo de que alguno de los pasajeros se lo lleve. Luego estoy en un estanque prehistórico,
nadando entre delfines. Alrededor hay una densa selva tropical y está a punto de anochecer. El fondo del
estanque es de un profundo azul cobalto: me da algo de miedo, pero siento en la espalda el
aura protectora de los delfines y eso me tranquiliza… Despierto.
martes, 18 de julio de 2017
18 DE JULIO DE 2017
Veo a un hombretón grande y poderoso
que va caminando por callejuelas como medievales, se trata de Gilgamesh. A su
alrededor van varios paleros y él les da indicaciones enérgicas de lo que hay
que hacer. Yo lo alcanzo y empiezo a discutir con él sobre un tema esotérico
importante (no recuerdo cuál), pero se niega a aceptar mi punto de vista. Pienso
que Gilgamesh es Aries. Seguimos recorriendo calles en desnivel: escaleras,
puentes; a lo lejos hay torres. Pasamos frente a una iglesia: desde la entrada, la estatua de un
esqueleto encapuchado me saluda; aparece Doris y me dice que eso es de buena
suerte. Llegamos a unas rejas donde un policía no nos permite pasar: Gilgamesh
enfurece. Luego estoy en una habitación azul, larga y oscura: en una sillita
está sentada Elian Tuya custodiando la entrada, pero se ha quedado dormida.
Cruzo la habitación y llego a un recinto amplio e iluminado: en el centro hay
una ventana que da al vacío, presiento un enorme espacio hacia abajo pero hay
una neblina blanca que me impide ver. Paso a unas oficinas: voy buscando a
Gilgamesh. Recorro diferentes espacios llenos de escritorios y ventanas; en ellos
hay secretarias y otros personajes diversos que me ignoran cuando paso. Llego a
unas escaleras que bajan, pero no puedo acceder a ellas desde donde estoy.
Alguien me dice que tengo que rodear por otro pasillo. Llego a un corredor; a ambos
lados hay cristales donde se ven más oficinas, la mayoría están vacías. Al
final hay una puerta cerrada y, del lado izquierdo, un tallercito donde varios seres
siniestros y harapientos hacen funcionar unas máquinas. Se me quedan mirando
con desprecio; son duendes, grandes enemigos de Gilgamesh y creen que soy su
espía. Luego todo cambia: estoy en un pequeño teatro repleto de gente; en el escenario hay
una mesa enmantelada donde Alina Toalavía y Ramón del Val se preparan para dar
una conferencia. La multitud está atenta: hay edecanes, algunos fotógrafos y reporteros. Los
conferencistas comienzan a hablar con mucha seriedad sobre no sé qué tema:
entonces aparecen alrededor de la mesa un grupo de changos diminutos
echando desmadre. Alina y Ramón, hacen como si no pasara nada y continúan
hablando. Salgo rumbo al baño: en el camino me saludan algunas personas. El
baño está iluminado y es muy lujoso: tiene muchos pasillos como si fuera un
laberinto. Llego a una zona donde una mujer me dice que no puedo pasar, pues
están filmando: en un extremo hay varios comandantes de la NASA de pie, hablándoles
a un equipo de científicos sobre su reciente viaje a Marte. Del otro lado del
baño hay unos lavabos con espejos grandes; junto a ellos una tarima de madera donde
descansan diversos monolitos marcianos que los comandantes van a presentar oficialmente
al mundo. Tomo una urna roja muy extraña y decido ponerla junto a los monolitos
para que el mundo crea que es de origen marciano, pero entonces escucho la voz
de mi mamá diciéndome que eso no se hace… Despierto.
domingo, 16 de julio de 2017
16 DE JULIO DE 2017
Estoy caminando por una calle
donde hay varios comercios: una tienda de aparatos electrónicos, una heladería,
una farmacia. Llego a un depósito de granos de maíz: en el segundo piso se
encuentra el estudio de Pavel Brito, quien en el sueño es famoso por sus
programas radiofónicos. Me asomo a una tablet que llevo en la mano, y veo que en
las redes sociales hay conmoción por el programa que va a transmitirse: aunque
no subo al estudio, sé que Pavel está a punto de entrevistar al escritor
mexicano Emiliano González, quien en el sueño es al mismo tiempo José Luis Cuevas.
Sigo caminando y descubro que la calle es el Periférico, a la altura del Parque
Naucalli, pero del otro lado. Por el Periférico pasan coches y uno que otro
trasatlántico; el tráfico es lento pero hay una sensación de armonía. Llego a un puente de arquitectura exquisita
que conecta con el otro lado: el puente se llama Lovecraft y está custodiado
por unos triángulos que impiden el paso (ayer vimos la película The Void). Del otro lado se ve una
gigantesca mancha en movimiento, como las que se forman cuando uno echa gotas
de tinta en un vaso de agua: se trata de un universo paralelo; quienes llegan
ahí se desintegran. Luego todo cambia: soy una muchacha como de veinte años,
tengo el pelo largo y uso zapatos de broche. Es sábado: estoy en un lugar esperando
a mi amiga la fotógrafa; cerca de mí, varios scouts juegan al resorte (famoso
juego entre las niñas de mi generación). Llega mi amiga, es mucho mayor que yo:
me dice que me va a enseñar a sacar buenas fotos. Luego vamos en su coche, por
los cristales veo que estamos en Ciudad Universitaria. Llegamos a un salón
grande donde hay una mesa larga, larga, rodeada de comensales: son cientos y
van a celebrar el cumpleaños de un hombre muy querido por todos, a quien no
logro ver. Por ahí andan Gina y Eda Sofía, están platicando y en el sueño son muy
amigas. La fotógrafa se va. Me siento en un extremo de la mesa, donde están
varias señoras comiendo arroz en unos platitos desechables: me miran alegremente,
dándome a entender que soy bienvenida. Me levanto para ir al baño y en el
camino paso momentáneamente por una tienda de abarrotes que en el mundo real está
detrás del mercado de Jamaica; voy cantando “Department of Youth” de Alcie
Cooper (de hecho, desde que desperté traigo esa rola en la cabeza). Llego al
baño: es muy grande y hay dos mingitorios, uno en cada extremo. Aunque no hay
nadie, sé que no debo estar ahí pues soy una muchacha y es el baño de los hombres.
En medio de los mingitorios hay un reclinatorio que me llama mucho la atención:
es de madera labrada, muy viejo; pienso en cuántas generaciones de sacerdotes
se habrán hincado ahí a rezar. En la pared, arriba del reclinatorio hay un
crucifijo. Se me hace rarísimo que al dueño del salón se le haya ocurrido que
los hombres que van a orinar también quieran rezar un poco. Aparece mi amiga la
fotógrafa, me dice que hay que traer a dos viejitos para sacar una foto donde
uno esté orinando y el otro rezando. Aparecen dos hombres, los veo de espaldas.
Caminan cojeando; tienen la ropa hecha bolas y la combinación de colores de sus
prendas es espantosa: pienso que a lo mejor son ciegos. Regreso al salón: me
vuelvo a sentar con las señoras. A lo lejos, en el centro de la larga mesa,
unos meseros llevan un gran pastel blanco para el cumpleañero. Miro una ventana
larga: por la luz sé que son las 4:00 pm y me tranquiliza saber que tengo el
resto de la tarde libre. Una de las señoras saca una caja plana que contiene un
pay helado de mango, dice que es el mejor y que siempre lo compra para su
familia. Me dan una rebanada y pienso que es trampa, que deberíamos esperar a
que nos sirvan del pastel blanco. Cuando meto el tenedor a mi pay, noto que hay
algo adentro: descubro que es un barco en miniatura, es muy hermoso y me alegra
saber que voy a atesorarlo… Despierto.
viernes, 14 de julio de 2017
14 DE JULIO DE 2017
Estoy en el balcón de un edificio
muy alto. Es de noche y miro el cielo: hay muchísimas estrellas, pero no veo la
luna. Entonces me doy cuenta de que el cielo estrellado es un gigantesco animal
cuadrúpedo que me mira, apacible. Se me revela algo que me deja azorado: si
miro sólo el cielo, es la consciencia; si miro al animal, es el inconsciente…
Luego todo cambia y estoy en el estudio de la casa donde vivía de niño. De
afuera llega un rumor tenue pero constante. Reviso mis viejos LPs: saco uno de
su funda y lo pongo en el tornamesa. Ignoro qué banda sea, pero tocan un hard
rock fuerte y melódico, bastante bueno. El rumor de afuera sigue presente, así
que le subo al volumen a todo lo que da, pero no logro acallarlo. Me asomo por
la ventana: en la casa de la izquierda vive un profesor famoso que en esos
momentos está sentado en su jardín, leyendo: es barbón y usa lentes. En la casa
de la derecha veo a una vecina joven que no conozco: es muy seria y está
agachada arreglando algo con unas pinzas. Tomo una piedra grande de uno de los
libreros y la arrojo por la ventana: la piedra rebota en la tierra seca de una
jardinera y le pega por fuera al cristal, pero no lo rompe. Frente de la casa
se estaciona un coche muy lujoso de donde baja una pareja de millonarios. La
esposa lleva entre sus brazos a un perrito blanco; aunque nunca lo había visto,
sé que es muy bravo y que acostumbra morder a todos. Los millonarios se alejan,
sin hacerme caso. Ahora estoy en la cocina de la señora Tere, la vecina de
enfrente; me asombra pensar que hacía más de cuarenta años que no entraba ahí
(lo cual es cierto). Llega una niña pequeña: está preocupada pues tiene que
hacer una tarea sobre cierto escritor del Siglo de Oro. Le digo que no se
apure, que yo puedo ayudarle. Revisamos algunos libros gruesos que están sobre
una mesa de la cocina; la niña anota cosas en un cuaderno donde hay pegadas
estampas de escritores antiguos y filósofos griegos. Al final, tomo a la niña
de la mano y empezamos a flotar en el aire: de pronto estamos en un gran salón
iluminado de techos altísimos. En los extremos del salón hay mesas redondas donde varios hombres y mujeres comen en silencio; hay globos blancos, adornos, una
fuente. Llegamos flotando al lugar donde reposa un cono blancuzco del tamaño de
una persona: se trata de un ser inorgánico. Cuando el ser descubre que la niña
y yo lo estamos viendo, empieza a emitir destellos de colores... Despierto.
jueves, 13 de julio de 2017
13 DE JULIO DE 2017
Primer sueño: Doris y yo vamos
caminando por una colonia pobre de provincia. Es muy noche y alguien nos guía
pues tenemos que llegar a un refugio donde les daremos cursos a varios jóvenes
pandilleros. Cruzamos callejuelas desiertas y algo enredadas: llegamos a una
parte donde hay dos pandilleros haciendo guardia; cuando nuestro guía les dice
quiénes somos, nos dejan continuar. Llegamos al refugio: es una casa de un solo
piso que abarca toda la manzana. Adentro hay varios patios en desnivel y
habitaciones distribuidas en un orden caótico: en ellas hay grupos de jóvenes
sentado en el suelo, escuchando jazz o bebiendo. Frente a cada grupo hay
líderes vigilando que nadie se pase de lanza; el ambiente me recuerda la
película setentera The Warriors. Me
siento a hablar con los jóvenes y entonces descubro que tengo la ropa llena de
sangre: junto a mí hay un borracho herido, durmiendo; alguien me dice que no me
preocupe, que ya está fuera de peligro. De pronto estoy caminando por la colonia
Roma: es la calle de Campeche, a la altura del mercado de Medellín, pero en el sueño las
banquetas de enfrente se ven muy lejos. En un auto estacionado están Doris y
Mave Gaya; no hay más coches a la vista. Doris come sushi con unos palitos mientras
Mave le cuenta asuntos trascendentes de su vida; sé que no debo
interrumpirlas y me voy caminando hacia la calle de Monterrey. Paso por un
puestito donde venden collares, bolsas de estambre y manteles bordados; voy a
comprar algo pero entonces suena un ruido (no sé si en el sueño o afuera) que
me despierta… Segundo sueño: estoy con mis actuales alumnos de tarot subiendo por
una escalera estrecha que da a las instalaciones de un café oriental. Cuando
llegamos arriba, se revela un salón largo y casi vacío; en uno de los extremos,
junto a un ventanal, varios meseros acomodan tacitas y cubiertos sobre una mesa
muy baja. Nos sentamos alrededor de la mesa: a un lado, de pie y muy juntos,
están cinco o seis de los actores de The
Godfather, esperando a que Coppola llegue a dirigirlos. Reconozco a Marlon
Brando y a Al Pacino, se ven muy jóvenes. Los meseros salen a traer una
alfombra. El Peter se les queda viendo a los actores y les dice: "¿ustedes
votan o los botan?", luego suelta una estruendosa carcajada (como es habitual
cuando cuenta uno de sus chistes en la vida real). Los actores no entienden y
nosotros le decimos al Peter que mejor nos ayude a desenrollar la alfombra que
acaban de traer los meseros. Cerca de la mesa hay una tortilla gigante: sobre
ella está acostada una mujer china, cubierta de guacamole hasta el cuello. Tiene
el pelo muy largo y los ojos cerrados, y yo no sé si está dormida o muerta; me
asusto mucho y les digo a los meseros que no la quiero ahí. Llegan
unos camilleros y, tomando los extremos de la totilla, se la llevan rumbo a las
cocinas. El Peter dice que no es necesario quitar la mesa para poner la
alfombra; Leyluna le contesta que entonces nos echen la alfombra encima de la
cabeza. Todos se ríen. Luego todo
cambia: estamos Doris y yo en un restaurante al aire libre ubicado en La Florida,
Naucalpan, a la altura de La Abeja (el restaurante no existe en la realidad).
Una mesera nos informa que ya sólo quedan crepas y Doris dice que está perfecto
(ayer fui con Doris y mis alumnos de tarot a merendar y, de postre, el Peter
invitó las crepas). Sirven las crepas: desde donde estamos se ve que las Torres
de Satélite sostienen una esfera kilométrica cuya superficie es como un espejo
metálico semitransparente. En el interior de la esfera se logra percibir
tenuemente mucho movimiento, como si se tratara de otra ciudad: da miedo.
Luego, Doris y yo vamos en el coche rumbo a casa: ella maneja. Pasamos por una
salida que va a dar a un autocinema y yo le digo que si quiere ir; ella de
inmediato da la vuelta y nos topamos con una fila de autos que esperan entrar: en un letrero luminoso, dice que la película que exhiben es Sky,
de la cuál nada sabemos. Entonces dudo, pienso que si entramos vamos a llegar
muy noche a la casa donde nos esperan los perritos; Doris dice que no me preocupe. Entramos al autocinema y desaparece el coche: ahora estamos de pie en una especie
de vestíbulo que es a la vez cocina y baño; hay mucha gente. Junto a un
expendio de nachos y hot dogs, unas mujeres enormes se están preparando para
dar un show: son algo así como luchadoras y en cada uno de sus gruesos muslos
tienen puestos varios calzones de colores chillantes. Junto a ellas, en un lavabo,
un hombre flaco se cepilla los dientes: cuando escupe y abre la boca para mirarse en el espejo, vemos que está totalmente chimuelo. Van entrando en grupos varios
personajes más: son siniestros y desgarbados, como del hampa. Entonces pasamos
a la sala y resulta que el cine es un cine de butacas; Doris me explica que
como en esa colonia no hay muchos coches, este autocinema funciona mejor como
cine normal. Recorremos pasillos donde muchas familias se están acomodando; las
butacas son de cemento y las barditas están pintadas de azul, cual si fuera una
secundaria oficial. Conforme avanzamos, descubrimos que el cine es realmente
enorme, parece una cordillera: miro hacia el frente y veo que la pantalla abarca
todo el horizonte. Entre las primeras butacas y la pantalla, hay praderas donde
pastan algunas vacas. Seguimos caminando para buscar asientos vacíos: de pronto
noto que Doris se ha quedado atrás, pues se nos cayó un frasco de pegamento. Regreso a ayudarle y veo que el frasco está hecho añicos y que el pegamento escurre entre
las gradas. Entonces llega un niño, se sienta en el piso y empieza a embarrar
el pegamento en un portafolios que carga: cuando el portafolios está todo
manchado, continúa embarrándose pegamento en la cara y en el pelo. Doris y yo
nos alejamos del niño. Voy pensando que ese cine es realmente extraño cuando a
lo lejos, donde terminan las filas, se divisan un par de butacas lujosísimas,
rodeadas de plantas y alumbradas por un círculo de luz celestial: son nuestras
butacas. Despierto… Tercer sueño: estoy en un hermoso jardín cubierto. Me balanceo en una
hamaca y alrededor corretean mis perritos: en un pequeño buró está un libro a
medio leer y una bolsa de chocolates de menta. Sé que aún me queda un
chocolate, pero cuando me asomo a la bolsa descubro que ha desaparecido.
Entonces veo que mi perrita Marnie está masticando en un rincón: corro a
abrirle la boca y saco el chocolate todo babeado. Cuando voy a colocar el
chocolate en un bordito de la pared, llega Doris y me regaña: me dice que si
quiero dejar una ofrenda, ella me indica dónde ponerla. Me lleva a una parte
del jardín que no conozco: en un rincón, entre las enredaderas, hay un ídolo
azteca incrustado en el muro; a sus pies hay varios chocolates mordisqueados…
Despierto.
miércoles, 12 de julio de 2017
12 DE JULIO DE 2017
Primer sueño: estoy en un bosque dorado, dos perros grandes me acompañan. Camino: detrás de una loma hay un fraccionamiento amurallado al cual tengo que entrar, se me unen otros hombres desconocidos, cargamos equipo para escalar y algunas ballestas; somos una especie de célula militar. Noto que algunas partes del sueño semejan un anime. Nuestra misión es escalar las paredes del fraccionamiento y rescatar a mi tío Juan (q.e.p.d.), quien vive adentro muy feliz sin saber que está atrapado. En una de las viviendas del fraccionamiento se ve a una mujer cursi recostada en un diván rojo: la rodean adornos de corazoncitos y ridículos peluches blancos, pero ella está satisfecha de sí misma y nos saluda con la mano. Aparecen escenas de mi tío en su juventud: es un artista famoso, se ven fotos grises donde María Félix lo acompaña y una multitud le aclama. Sigo en el fraccionamiento: recorremos pasillos, cruzamos salones de escuela vacíos, vamos matando zombies. Mi tío aparece repentinamente en algunos sitios lejanos, pero cuando llegamos a ellos ya no está. De pronto todo cambia y me encuentro en la casa donde viví de niño. Es muy temprano y estoy esperando a que lleguen unas compañeras pues les voy a ayudar a hacer la tarea. Me asomo para ver si hay espacio para que estacionen su volkswagen: enfrente de la casa hay una enorme camioneta destartalada y un cochecito; en medio de ellos, un espacio donde según yo cabrían apenas. Recorro el jardín para abrir la reja con mis llaves, veo que el buzón está atiborrado de cartas. Entonces pasa la combi de la familia Barrera, va repleta de personas que se ven amontonadísimas. Se estacionan frente a la casa: Luis Barrera baja una ventanilla y me dice que si quiero ir con ellos a una fiesta; también van sus hermanas Claudia y Pilar, todos están muy contentos. Le digo que sí y me cuelgo de la ventana cuando la combi empieza a avanzar lentamente. Luis saca un celular para decirle a Roberto Ugalde que sí voy a ir a la fiesta. Entonces me doy cuenta de que estoy en un sueño y que son dos tiempos empalmados: finales de los 70s (cuando conocí a los Barrera) y el presente. Cuando me suelto de la Combi ya vamos por Colina de Mocuzari, a cinco cuadras de casa. Les digo a todos que ahorita los alcanzo, que tengo que regresar a cerrar con llave y a avisarle a mi mamá. Despierto… Segundo sueño: una excavación donde varios arqueólogos trabajan: cada arqueólogo es un país. Hay una juez gorda y distinguida que va vestida de negro: le dice al arqueólogo Alemania que no les ordene a los demás países lo qué deben hacer. En una parte de la excavación empiezan a surgir burbujas de colores: de cerca, se revela que dentro de cada burbuja está encerrada una ciudad moderna en miniatura. Despierto… Tercer sueño: estoy en una mansión enrome que siempre sueño. En medio tiene una escalera majestuosa que da a los pisos de arriba; a ambos lados hay salones con muy pocos muebles; al fondo una cocina industrial. Llega Ricardo Malacara y me dice que tenemos que terminar un proyecto para la Escuela Mexicana de Escritores: se trata de contar la historia humana acomodando estampas en una especie de mueble vertical con repisas. Cada estampa tiene una animación breve que se repite una y otra vez: en la repisa superior acomodo estampas naranjas y ocres con escenas de cavernícolas, orugas gigantes, volcanes en erupción; en la repisa de en medio: estampas azules con escenas de nobles franceses del siglo XVIII que se mueven lentamente. Ya sólo me falta la última parte, la que narrará "el regreso de Jesucristo". Malacara me dice que me apure, que él me espera arriba; entonces amontono estampas en desorden, pero luego me doy cuenta de que no hay mucha lógica narrativa: hay una estampa donde aparece una pirámide bañada por el sol, tres donde se repite la misma escena de un pueblito mexicano pero vista de diferentes ángulos. Entonces entro a una hermosa estampa donde hay varias vacas en el campo, a lo lejos se ve un establo y unas montañas nevadas. Las vacas me miran amorosamente y me alegra saber que ya no como carne (lo cual es cierto). Salgo de la estampa y otra vez estoy en la mansión: voy a la sala de junto donde varios hombres muy elegantes discuten otro proyecto alrededor de una mesa: aunque no lo parecen, sé que son vampiros. Uno de los hombres nota mi presencia y me dice que la familia de Malacara acaba de llegar de Paris, que si quiero subir; le digo que no, que yo ya sé cómo son las habitaciones de arriba (y sí, en otros sueños he estado ahí: son habitaciones confortables y muy largas; están llenas de camas, juguetes y armarios con cajoncitos). Regreso a buscar mis zapatos para salir de la mansión: están debajo de un catre, pero no me atrevo a sacarlos pues sentado en el catre hay un angelito gordo y rubio leyendo cómics; sé que es de mala suerte interrumpirlo. Salgo descalzo de la mansión: está amaneciendo y en las altas copas de los árboles se escuchan cantos y gritos de aves tropicales. Me dirijo a un auto estacionado donde se supone que estoy viviendo en lo que encuentro mi propia casa: de la guantera saco un teléfono grande para avisarle a Malacara pero no hay línea. Regreso a la mansión: en la entrada está un mayordomo medio siniestro que ya no me permite entrar, lo cual me hace sentir mucho alivio… Despierto y anoto.
lunes, 10 de julio de 2017
10 DE JULIO DE 2017
Primer sueño: voy con otras personas en un tren bala,
estamos cruzando Chiapas que en el sueño ya se independizó de México y ahora
está situado junto a Vietnam. Por las ventanas del tren se ven manchones verdes
a gran velocidad, supongo que es la selva. En una pantalla, al frente del
vagón, aparece un hada con vestido transparente que está dando el reporte del
clima; al final dice: "en Chiapas hay tanta vida que es muy difícil
morirse". Luego estoy escribiendo a mano en una de las oficinas del INEGI
en Aguascalientes (trabajé medio año ahí, a mediados de los 90s): mi jefe es un
muchacho de quince años, enorme y con cuerpo de cartón; yo lo miro desde abajo
y su cabeza es muy chiquita. Junto a él hay una maquinaria con una banda móvil
por donde pasan caminando pollos rostizados. El muchacho dice que me prepare
para el concurso, pero yo no sé de qué habla y no me atrevo a preguntarle. Salgo a
un patio y entonces estoy en otro hotel de la ciudad de México donde trabajé
hace treinta años: hay una alberca a la que me han prohibido entrar, así que la
rodeo, dirigiéndome hacia unas escaleras de metal que suben. Hace mucho sol.
Del otro lado de la alberca hay una covacha donde dos mujeres chinas están
planchando; conforme subo, noto cómo se borran. Ya arriba, tengo que arreglar un
tinaco pero para alcanzarlo hay que trepar por las ramas inclinadas de un
árbol: es muy peligroso y me da miedo caerme. Abajo, como a ocho metros, se ve
una plancha de cemento rodeada de macetas. Me acompañan varios de mis primos,
están al acecho y dicen que no me preocupe, que si me resbalo o algo ellos me
atrapan. Despierto... Segundo sueño: me encuentro en un cuarto de hospital con
otras personas que no reconozco; en medio hay una cama donde yace una abuela
muy mayor que tampoco reconozco. Estamos esperando a que despierte. Por ahí
anda rondando Jacovich: es una especie de sheriff y su obligación es no
permitir que hagamos ruido. En una
pantalla muy grande que está incrustada en
el muro, empieza a proyectarse una película de los hermanos Cohen que no existe
en la realidad: se trata de un western contemporáneo. La secuencia de apertura
es muy divertida, se ve como si fuera cine de los 70s y los letreros psicodélicos
aparecen superpuestos en la parrilla frontal de un automóvil viejo y lujoso que
se mueve a gran velocidad. Yo grito de gusto pues nunca he visto esa película,
pero de inmediato todos me dicen a señas que me calle. Tomo las sábanas que
cubren a la abuela y las estiro para tapar la pantalla; en el extremo tienen
unos ganchitos afilados como los que se usan para colgar las cortinas. De pronto en la pantalla aparece una
secuencia que nada tiene que ver con la película: hay una figura extraña y
oscura, se supone que es una versión de la abuela que duerme en la cama, pero acá
es muy pequeña y va subiendo por una vereda en un escenario boscoso. Cuando la
figura da la vuelta y me mira, veo su cara, que es al mismo tiempo una peluca y
un nido de pájaros lleno de púas: aterrado, me doy cuenta de que se trata de un
extraterrestre. El extraterrestre se me lanza encima, con la boca abierta y
gritando... Despierto muy asustado a anotar todo. Tercer sueño: estamos como
veinte personas sentadas alrededor de una mesa circular: el mantel es blanco y la
superficie está libre de objetos. Entre los presentes reconozco a Doris, a
Gina, a Laura Mónica y a Raúl Motta; estamos ahí porque van a darnos una
"brujería" para que no nos pase nada durante el fin del mundo. Hay un
ambiente de solemnidad, de expectativa. Una presencia masculina que no logro
ver bien, mueve las manos y aparece la "brujería": se trata de una
nebulosa líquida de tonalidades violetas que gira muy rápido en el aire, arriba
de la mesa. Se supone que la "brujería" tiene que bañarnos a todos,
pero un cavernicolita prieto y muy peludo que también está sentado en la mesa,
la absorbe toda y se la traga como si su boca fuera una aspiradora; luego se nos
queda mirando, sonriente y satisfecho. A ambos lados del cavernicolita hay dos
mujeres robustas y vestidas de blanco: son "los pilares", y están
mirándolo amorosamente como si fuera un niño pequeño que acaba de hacer una de
sus gracias... Despierto.
sábado, 8 de julio de 2017
8 DE JULIO DE 2009
Estoy en los escenarios de un videojuego parecido al Heretic; tengo que cruzar un mar cuadrado, pero del otro lado me están disparando. En uno de los extremos hay una torre donde puedo encontrar un atajo secreto para pasar. Entro a la torre: ahí está Marino, un hombre como de cuarenta años vestido completamente de blanco; es serio, correcto y amable: el prototipo del "héroe inmaculado", aunque de baja estatura. Marino me dice que los sueños son como los piojos porque son difíciles de atrapar, están en nuestra cabeza y se alimentan de nosotros (esto tal vez viene de un libro que estuve leyendo a principios de la semana: El hombre y sus símbolos, donde Jung afirma que, como materia de estudio, el inconsciente está, por lo menos, al nivel del piojo). Desaparece todo y estoy en un lugar que es al mismo tiempo la casa de mi abuelita Lila y el vestíbulo de un teatro. En esta parte del sueño tengo veinte años de edad y me acompañan Efraín Molina, Enrique de la Pascua y Josué Sosa; vamos a entrar a un concierto de Ange, la banda francesa de progre. Busco un teléfono público para poder "chatear" con Lila (quien murió en 1979); encuentro uno de los aparatos antiguos: negro y cuadrado, grandote. La manera de chatear es escribir con el dedo, abajo del aparato telefónico, lo que quiere uno decir; no es necesario descolgar ni nada. Le digo (le escribo) a Lila que voy a entrar al concierto y a ella le da mucho gusto. Sé que mi mamá le dijo a Efraín que no me permitiera beber (ahora no bebo, pero a los veinte años yo era medio borracho). Entramos a la sala: como nuestros boletos son baratos solo podemos ver el concierto desde una ventana. Veo los preparativos: hay una coreografía medieval, niños de coro formándose en el escenario. En una de las gradas está una mujer gorda vestida de novia y acompañada por varias doncellas; sus velos me impiden verles los rostros. Inicia el concierto pero todos estamos en la ventana amontonándonos y no se puede ver bien, así que me cuelo a la parte cara: me escondo en un rinconcito para que no me saquen. El concierto es extrañísimo: muchachas cantando, batallas medievales en uno de los extremos; los músicos no se ven por ninguna parte pero la música suena muy fuerte. Aparece Mave Gaya, en el sueño es mi prima mayor. Entre el público, unos ricachones abandonan sus asientos y se dirigen a una puerta que da a los camerinos; Mave y yo aprovechamos para sentarnos más adelante. Ahí hay algunas canastas con dulces mexicanos, le digo a Mave que nos robemos algunos: son limones rellenos de coco, charamuscas, alegrías; los comemos y saben horrible. Aparece un hombre francés y nos ofrece una oblea de pepita, la probamos y sabe riquísimo. Alrededor hay varios meseros recogiendo las canastas. En el escenario, los niños del coro empiezan a dar vueltas mientras suena la rola "Saltimbanques". Regresamos a la parte de atrás, le digo a Mave que me sé de memoria algunas rolas de Ange pero que en realidad no sé hablar francés, que soy como un perico. Ella me dice que quiere "iniciarse" en The Residents para poder entender un concierto que van a dar; yo le digo que luego le paso los cds básicos de la banda, y que si no le gustan, no se preocupe. Entonces todo cambia: estamos Doris y yo cerca de nuestra casa: algunos vecinos están platicando con Roy Orbison (ayer decidí poner como portada de Radio Fu Manchú, el grupo de facebook, un disco de los Traveling Wilburys). En la caseta de entrada de nuestro retorno hay una jardinera amurallada llena de plantas exóticas, nos asomamos por el borde y descubrimos que en el fondo hay mucha agua acumulada por las lluvias: se ven piedras redondas, algunos animalitos acuáticos que no logramos distinguir. El cuidador de la entrada, un muchacho con cara de pícaro que no conozco, me pasa un libro muy grueso y me dice que él lo arregló; sé que lo que quiere es que le de una buena propina. El libro es de filosofía: noto que está lleno de papeles engrapados y que, en varios de los capítulos, hay tarjetas amarillas con párrafos impresos donde algunas palabras se ven subrayadas con marcador; también hay dibujados osos blancos. Molesto, le digo al cuidador que no la amuele, que ya arruinó mi libro; Doris me dice que no me preocupe, que a lo mejor lo volvemos a encontrar en alguna librería de viejo. Despierto.
viernes, 7 de julio de 2017
7 DE JULIO DE 2017
Primer sueño: estamos Doris y yo en un pequeño taller mecánico, esperando a que arreglen el auto de nuestro amigo Sergio Aleph, quien se ve preocupado pues ya es muy noche. Llega un doctor alto y barbón y empieza a colocar su estetoscopio en algunas partes de auto, nos dice que la compostura va a salir carísima. Salgo a la calle: descubro que estoy en Av. Universidad y se me antoja un helado, pero a esa hora no hay ningún lugar abierto donde pueda comprarlo. Pasa uno que otro auto; yo busco periódicos en el suelo para leer algo mientras voy caminando. De pronto, un camión de redilas lleno de albañiles dormidos se sube a la banqueta y frena a pocos centímetros de mí: los albañiles despiertan y ríen como si fuera una broma. Todo oscurece pues se apagan las luces del alumbrado; empiezan a caer truenos. Regreso al taller mecánico y le doy una tarjeta de crédito a Sergio para que pague la compostura; el doctor dice que él tiene un automóvil de la misma marca y que salen muy malos. Luego estamos Doris y yo en un balneario antiguo: se supone que es de tiempos de Don Profirio. Veo multitudes aclamando a los artistas que esa mañana van a presentarse: por ahí andan Juan José Arreola, Cantinflas, Pedro Infante; la gente usa ropa elegante pero de la época porfiriana. Entramos a un salón: hay muchas mesas y meseros sirviendo platillos. En otro saloncito hay una foto: se trata de la portada del Sgt. Pepper's pero en tono sepia; en lugar de los Beatles, al centro están Porfirio Díaz y otros militares que no reconozco. De pronto todo cambia: estamos en el mismo lugar pero es en el presente. El saloncito está oscuro y lleno de basura; Doris dice que es una lástima que hayan descuidado tanto ese sitio histórico. En un rincón hay una pareja bailando, la música es una rola de Real de Catorce que no reconozco. Despierto y trato de encender la lámpara del buró para anotar el sueño, pero no puedo moverme. Estoy bocabajo. Noto que todo está lleno de agua violeta que se escurre por las paredes y moja el contacto eléctrico. El foco saca chispas; tengo miedo de electrocutarme. Aparece Pita Amor, está muerta y huele mal; me mira con ojos distorsionados por el grosor de sus lentes y dice: "el mundo es una porquería" (frase que le escuché decir varias veces en los 80s, cuando la conocí). Siento que hay alguien acostado encima de mí, sofocándome; no sé si es Doris o alguien más. También siento que acostado junto a mí estoy yo mismo, durmiendo profundamente, moviendo las manos y haciendo unos ruidos metálicos con los dedos, como si las falanges no encajaran. Entonces despierto de verdad... Segundo sueño: estoy a punto de dar una clase magistral de historia de las animaciones; el salón es enorme y frente a mí hay una multitud. Soy famoso, todos esperan con emoción lo que voy a mostrarles en la pantalla. Me dispongo a comenzar, pero una mujer con su micrófono me interrumpe para anunciar que después de la clase nos espera en el comedor donde se jugarán las simultáneas de ajedrez. Ahí todo cambia: me encuentro en un departamento desconocido; está en la planta baja de un edificio y se supone que, además de Doris y yo, viven en él Roberto Sepúlveda, Mave Gaya, Arlette Drexler y otros amigos. Abro la puerta de la entrada: afuera hay un boquete en el suelo y descubro que los vecinos han estado arrojando ahí sus bolsas de basura. Entro al boquete y bajo por una montaña de bolsas y costales, me doy cuenta de que es un sótano con tuberías y cables y que nadie sabía que estaba ahí. Ya abajo, veo una puerta metálica repleta de graffitis, la abro y entonces estoy en el interior de un documental sobre los Rolling Stones. Según el documental, los Stones son gringos y Ed Sullivan quiso ser su manager pero John F. Kennedy se lo prohibió. Veo a Mick Jagger y Keith Richards dirigiéndose hacia la entrada de un hotel de playa; van payaseando y visten camisas tropicales muy largas... Despierto y anoto. Tercer sueño: estoy en la ciudad de Aguascalientes; Enrique Urbina me recomienda una rara película de los 80s: "es comedia pero está buenísima", dice. Ento al Parián: en una tienda hay muchos DVDs a $10 cada uno. Aunque son originales, vienen en unas bolsitas de celofán muy chafas. Encuentro varias animaciones de Batman que no conocía, pero entonces olvido el título de la peli que me recomendó Enrique. Sigo viendo las pelis, están colgadas en un anaquel largo; al darle la vuelta veo montones de LPs a la venta: recuerdo varios de Camel y de The Cure. Tomo el Welcome To My Nightmare: está nuevo, cerrado, cuesta $240. Pienso llevármelo para dárselo a Juan Bobadilla pero no sé si será mejor comprar otros para mí con el dinero que traigo. Sigo viendo discos y descubro una parte de la tienda donde venden series francesas de animación: por las portadas, veo que son para adultos y que no las conozco. Salgo de ahí y de pronto estoy en un carrito eléctrico sin techo; conmigo va Ingrid Bodet. El carrito camina sin que nadie lo maneje: vamos por calles curvas, se supone que es Coyoacán. Ingrid me dice que muy pronto se va a casar y que quiere hacer una "boda conceptual"; me pide que Doris y yo seamos sus "padrinos de concepto". Entramos a un estacionamiento subterráneo y el carrito se detiene. Hay un villano viejo: usa traje, carga un maletín y se ve peligroso; otro hombre, un cuidador o algo así, le ayuda a subirse a un coche negro y se van huyendo hacia la salida del estacionamiento. Los sigo: en ese momento me doy cuenta de que estoy soñando y que puedo dirigir mi sueño. Llego a la cocina de la casa donde viví cuando era niño: mi mamá está cocinando, es muy joven y no sabe que yo estoy ahí. Entonces ella toma una licuadora para agregarle salsa a una cacerola llena de carne; yo le echo coca-cola a la salsa y se la arruino. Mi mamá prueba con el dedo el resultado, se ve decepcionada y sigue sin saber que estoy ahí. En la pared que está sobre la estufa hay pegados algunos arcanos mayores del tarot de Marsella; los miro: están dibujados como si fueran superhéroes. Faltan varios para completar la colección de 22; se supone que vienen de regalo en los recibos de Telmex. Despierto.
miércoles, 5 de julio de 2017
5 DE JULIO DE 2017
Primer sueño: estamos Doris y yo en el desaparecido Foro John Lennon de la colonia Álamos. Efraín Molina, director del Foro y gran amigo mío, nos está mostrando las nuevas modificaciones: abre una puerta que da a un salón donde varios niños pequeños sentados alrededor de unas mesas hacen muñecos de engrudo. Efraín dice que también está pensando en poner una peluquería pues la colonia se ha estado llenando de hipsters. Voy a la tienda de junto y compro dos hot dogs veganos de chocolate; cuando regreso, se me cae uno al suelo. Efraín cruza la calle y empieza a tomar fotografías con una cámara vieja. Luego Doris y yo estamos en el vestíbulo de un museo donde van a exhibir "la obra verdadera de José Luis Cuevas" (para la posteridad: Cuevas murió hace un par de días). Se supone que Cuevas hizo una serie de acuarelas de dragones que no tienen nada que ver con el resto de su obra, y que muy pocas personas conocen. En el museo hay mucha gente esperando a que abran las salas. Por los altavoces nos informan que solo abrirán dos de las siete salas; la voz masculina que dice esto es muy amable y lo dice en japonés, aunque en el sueño yo lo entiendo perfectamente. Ante este anuncio me enfurezco pues el boleto nos salió carísimo y me siento como estafado; entonces Doris me comenta que su padrinito, Ramón Obón, era muy amigo de Cuevas y siempre le reclamaba por no dibujar más dragones. En el sueño aparece una oficina lujosa, donde Ramón Obón saca una gruesa carpeta: se trata de su nueva novela, pero le da desidia arreglarla y enviarla a la editorial donde ya se la están pidiendo. En otro extremo de la oficina, su hijo Ramón Junior bebé café y se burla. Ramón papá sale por una puerta y la escena cambia: otra vez estoy en el museo. Doris me señala hacia un extremo: entre la multitud va pasando Paul McCartney, está muy elegante y varios lambiscones lo rodean. Pasamos a otra parte del museo, junto a la entrada. Veo una piscina larga y muy estrecha que ya he soñado otras veces: se pierde en la lejanía que está en penumbras, alumbrada solamente por luces azul oscuro; ahí nadan delfines y mantarrayas. En la parte más iluminada de la piscina, una mujer le está enseñando a nadar a su bebé: hay lotos flotando alrededor, cierto ambiente zen que contrasta con la oscuridad del fondo. De pronto la lluvia comienza a mojarme y entonces despierto. Descubro que la lluvia es mi perrita Greta lamiéndome la cara. Anoto todo. Segundo sueño: estoy revisando mis dos bitácoras: la de los sueños y la de la vida cotidiana, que son unas libertas grandes, cuadradas, y que no existen en la vida real. Entonces me doy cuenta de que algunos alumnos (Tania, Oscar, Rafael, Ingrid y Magdalena, Héctor) alteraron, en broma, la bitácora de la vida cotidiana: le pegaron varias fotos triangulares y la llenaron de dibujos. En una de las páginas descubro la foto de una fiesta infantil; en otra, una animación hecha a lápiz de un platillo volador. Jorge Llalguno me dice que él podría cambiar la clave de mis cuadernos para que esto no vuelva a suceder, pero que sería después pues ahora está muy ocupado. La escena cambia y estoy a bordo de un destartalado volkswagen blanco, platicándole lo anterior a mi amigo Don Corleone. Él va manejando: estamos en la esquina de Insurgentes y Niza y hay un ambiente de carnaval. Luego todo cambia otra vez: ahora estoy en una oficina de gobierno. Una funcionaria da su informe de trabajo frente a un escritorio donde dos jefes gordos y calvos la miran con cierto desprecio. La funcionaria es una mujer güera y chaparrita, algo vulgar; usa mandil y sus chanclas son horribles, aunque se supone que tiene un puesto de alto nivel. Está alegando que su trabajo fue hecho a la perfección, pero los calvos le demuestran que eso no es cierto. Entonces ella salta hacia la calle que da a Metro Juanactlán: va a arreglar las cosas para "limpiar su nombre" Uno de los calvos se pregunta si traerá dinero para moverse, pues va hasta Coyoacán; el otro le dice que sí, que es esposa de H. G. Wells. Entonces entro a un baño oscuro: afuera hay dos afanadoras con sus cubetas y trapeadores. Cierro la puerta del baño y veo que en las paredes hay escenas de las novelas de Wells, dibujadas con mole por una secta secreta y clandestina. Descubro que yo soy miembro de esa secta y tengo que huir pues las afanadoras lo saben. Entonces salgo por otra puertita muy pequeña que va a dar a una selva tropical: estoy en el techo de un camión de pasajeros descompuesto y cubierto por la maleza, a lo lejos se ve el mar. Brinco a un lado del camión y llega Doris: nos encaminamos hacia una vereda entre palmeras; vamos comiendo tunas. Me despierto y anoto. Tercer sueño: Toni Rodríguez acaba de abrir un puesto de periódicos que también sirve comidas saludables y es salón de escuela secundaria. Doris y yo estamos frente al puesto y Toni se ve feliz. En una mesita hay unas niñas uniformadas escribiendo en sus cuadernos; en el interior del puesto un hombre hace jugos de naranja entre las portadas de revistas y periódicos. A la izquierda hay una pantalla de compu: Doris abre su facebook y empieza a etiquetar fotos de amigos: entre los etiquetados recuerdo a Mave Gaya y a mi hermana Vero. De pronto el sueño se convierte en pesadilla: me encuentro acostado bocabajo, en mi cama; estoy solo y hace mucho frío. Unas presencias que no logro ver van a mostrarme "el abismo"... Entonces algo me empuja por la espalda y cruzo una abertura que da a un espantoso universo redondo e iluminado con una extraña luz azul turquesa. Estoy como volando y temo caer: abajo, en la lejanía, se ven algunos mapas antiguos dibujados con líneas blancas. Hay una sensación de "terror sagrado". Despierto.
martes, 4 de julio de 2017
4 DE JULIO DE 2017
Voy con mi papá y mi mamá caminando por el fondo de un desfiladero, con nosotros van más personas que no conozco. Se supone que somos templarios, pero estamos vestidos como pieles rojas o algo así. El sol brilla muy alto, de vez en cuando se pierde y quedamos en penumbras: en las paredes del desfiladero hay plantas extrañas, musgosas. Salimos del desfiladero y llegamos a un arroyuelo casi seco; junto hay una torre construida con huesos y jirones que en el sueño son "espantos". A la torre le cuelgan objetos diversos, calaveritas de aves, plumas negras; hasta arriba tiene un "atrapasueños" que supuestamente sirve para recibir las señales de le los dioses muertos que pululan en el universo. Aparece la imagen de esos dioses: son transparentes y cada uno está incrustado a una galaxia. Me separo del grupo y regreso al desfiladero. Me acuesto en el hueco del suelo donde se juntan las dos paredes del desfiladero y mi punto de vista cambia, pues desde abajo todo se ve mucho más grande. Estoy en un lecho de ramas y víboras: lo más importante es mi nuca. Luego todo cambia: ahora me encuentro en un panteón, junto con Doris: estamos viendo una tumba donde se alza la estatua de una santa. Está lloviendo mucho; por la luz, parece que es de madrugada. La estatua tiene puesto un impermeable de cuyo interior asoman sobres cerrados: son cartas con timbres de varias partes del mundo. Quiero llevármelas pues me da curiosidad leerlas, pero Doris me dice que respete la privacidad de los desconocidos. En la parte frontal del impermeable de la estatua asoma un libro muy grueso: lo saco y comienzo a hojearlo. Se trata de un compendio de cómics gringos antiguos: reconozco a Felix el gato, a los Archies, a Sal y Pimienta. Luego estamos en una tienda de libros: amontonados en el suelo hay más cómics y un libro enorme de Mafalda. Doris revisa un montón de revistas viejas (en la vida real, Doris colecciona revistas; tenemos cientos, de todo tipo). Ahora estoy frente a los gabinetes de una cocina integral, los cuales tengo que pisar para pasar a la regadera. De tanto pisarlos, los gabinetes se desprenden de la pared y yo corro para poner algunos ladrillos y sostenerlos: estoy angustiado. La escena cambia a un departamento donde viví hace mucho: estoy en otra cocina pequeña, diferente a la anterior. Trepo a una escalerita para acomodar algunas cosas en una de las repisas altas. Tengo que clasificar en unas cajas de cartón lo que es mío y lo que voy a regresarle a mi mamá. Guardo en las cajas un juego de cuchillos, un arreglo floral bien gacho, un queso. Llegan mi papá y mi mamá y les digo que no molesten, que se vayan a la sala: ellos sacan un pequeño televisor, lo acomodan en un sillón y se recuestan en otro; en lo que yo termino, se ponen a ver programas de concursos. De pronto estoy en la recepción de una biblioteca pública: ando buscando a Mario González Suárez, quien trabaja ahí. En lo que me anuncian, veo por la ventana: en la calle hay una muchacha entusiasta haciendo ejercicios; es la típica "genki girl" de las series de anime, pero en humano. Me pasan a la oficina de Mario; está sentado tras un escritorio: se cortó el pelo y está muy gordo. Le digo que me recuerda a los teletubbies y repentinamente se levanta y comienza a bailar: aparece la muchacha que estaba en la calle y también se pone a bailar junto a él; ambos están frenéticos, enloquecidos. Después de un rato, Mario recupera la cordura y me dice que pasemos a la "zona de seriedad": se trata de otra oficina con unas ventanas altas que dan a un jardín. Nos sentamos en unos sillones individuales, frente a frente; ahí, Mario representa una figura de autoridad y respeto. Le empiezo a contar los problemas que he tenido para escribir una novela (en la vida real jamás he intentado escribir una novela) y entonces él me dice que yo soy cuentista, que mejor busque "el esqueleto de los relatos". Cambia la escena y estoy inclinado en el suelo, revisando la parte más baja de un gran librero circular donde hay una larga hilera de frascos con líquidos de diversos colores tenues que van del verde al ámbar. Lo que veo es bellísimo, pero no entiendo si el color viene de los líquidos o de los frascos. Sé que en la parte central de la hilera está "el esqueleto de los relatos" y que debo encontrarlo... Al mover los frascos descubro que sólo hay frascos y más frascos; que el esqueleto no existe. Despierto.
lunes, 3 de julio de 2017
3 DE JULIO DE 2017
Primer sueño: una cabaña de madera; en el porche que da a una llanura estamos sentados mi padrastro Jaime, Doris y yo. Es de noche y vemos las estrellas: son tantas que da miedo. Jaime dice que aunque no podamos viajar a las estrellas, sí podemos conocer el mundo. Lo seguimos al interior de la cabaña y nos muestra un globo terráqueo: nos dice que hay que viajar al Polo Sur; que hay ríos y bosques que aún no se descubren en Asia y Estados Unidos. Un acercamiento al globo terráqueo muestra en colores pastel las rutas que Jaime va nombrando y que se aclaran conforme la vista los enfoca. Alguien me llama pues tengo que hablar con unos jóvenes marihuanos que dejaron de atender su propia tienda. Recorro escaleras y pasillos extraños: es un laberinto de cajas de refrescos, baúles, refrigeradores; también hay varias puertas cerradas. Sigo una voz que me guía por el lugar y por fin llego a la tienda. En una alfombra hay varios jóvenes drogados: fuman de una pipa de agua y son como hippies. Llevan varios días ahí y no han abierto la tienda; uno de ellos no sabe dónde dejó a su hija pequeña, pero no parece preocuparle. Oigo la voz de la niña en algún lugar indefinido y pienso que se fue a otra dimensión. Les propongo a los jóvenes que juguemos al ajedrez para así "aclarar la mente". En la tienda hay varios tableros de ajedrez: escojo uno cuyas piezas son aliens contra astronautas, pero al tratar de acomodarlo para iniciar la partida, noto que no hay ningún lugar plano para colocarlo, que todos los muebles y las mesas son ondulados. Quito algunos objetos de un taburete y trato de acomodar el tablero ahí, pero de pronto estoy en una cocina dándole de comer a mis perritas. Lo que comen brota de un recipiente debajo del fregadero y es muy raro: culebritas de goma, panecillos en forma de peces que son muy nutritivos; mis perritas se mueven por la cocina como si estuvieran nadando. Entonces despierto. Anoto todo... Segundo sueño: estamos en casa de una prima. Es una casa rústica en las afueras de un pueblo; tiene muchas habitaciones, todas ellas repletas de amigos que beben, comen y ríen. Es medianoche: se siente un ambiente de alegría navideña, de expectativa de eventos gratos y memorables. En un comedor pequeño están Saúl y su esposa; también están Alina Toalavía y Ramón del Val: platicamos acerca de una encuesta que se hizo en Radio Fu Manchú, donde el disco "Close to the Edge" de Yes, le iba ganando en votos a "Selling England by the Pound" de Genesis (lo cual fue cierto en la vida real). Doris me dice que tengo que ir al pueblo a comprara no recuerdo qué: salgo y veo que están llegando más personas en sus coches. Luego camino por una carreterita donde de vez en cuando pasan más coches. A los lados hay almacenes rurales donde venden cuerdas, cajas de fruta, cubetas y escobas; se me hace raro que estén abiertos a esa hora. Llego a una plaza que en el sueño es Santo Domingo, pero no se le parece: hay una fuente blanca, palomas, espías aguardando en las esquinas. Ahí se me acerca una muchacha y me dice que es Tomás mi perrito, pero que a veces se convierte en muchacha y cuando vuelve a ser Tomás se le olvida todo. Le pregunto si puede ver (mi perrito Tomás es ciego) y ella dice: "casi no". La abrazo y ella se acurruca en mi hombro, está feliz. Regreso a casa de mi prima: en el camino me siguen tres perros negros, grandes. Parecen amenazantes pero al mismo tiempo sabios; alguien los llama de pronto y ellos se regresan. Poco antes de llegar, veo a los vecinos de mi prima colgando una piñata entre las bardas de las casas. Entro a la casa: otra prima me da un vasito lleno de salsa y le derrama encima refresco de manzana. En una barra están mi mamá, algunos tíos y algunos primos. Todos ríen pues mi mamá les está contando chistes. De espaldas reconozco a mi tía Chilo (q.e.p.d.): le toco el hombro, ella gira y me abraza; comienza a llorar. Sé que ya está muerta y le pregunto que qué tal es "estar allá"; ella dice que muy agradable. Despierto... Tercer sueño: Jorge Llaguno es el jefe de una cuadrilla que tiene que arreglar un edificio: usa casco y es muy autoritario cuando da órdenes. Subo por una escalera de mano; de mi hombro cuelga una extraña cubeta llena de "medicina para las paredes". Llego a una ventana y entro: es una oficina pequeña, con varios cubículos. Le pregunto a una secretaria que si ha visto a Armando Walle; ella me ignora pero de pronto Walle, a mis espaldas me dice: "estoy aquí". Volteo y lo veo, escondido entre un muro pequeño y un portagarrafones. Luego estoy en la azotea: frente a mí varios hombres arreglan la parte lateral de una iglesia; uno de ellos es Jimmy (quien en la vida real era chalán en uno de los hoteles donde trabajé hace muchos años) y tiene que caminar por un filo de muy pocos centímetros para llegar de la azotea a la iglesia. Me da mucho miedo verlo caer, así que volteo al otro lado y me asomo por una bardita que da a la azotea del edificio vecino: ¡oh sorpresa! hay un león enorme que, al verme, ruge y viene corriendo hacia mí. Despierto en el sueño y le platico esto último a mi tío Víctor (q.e.p.d.) quien también es jefe de cuadrilla. Él se ríe y me dice: "por querer evitar un miedo, te tuviste que enfrentar a otro"... Entonces despierto de verdad y anoto todo.
domingo, 2 de julio de 2017
2 DE JULIO DE 2017
Primer sueño: mi mamá me dice que su tío Bernardo tenía unos terrenos en Zacatecas, los cuales quedaron intestados y que a lo mejor podemos recuperarlos. Veo los terrenos: son el parque que está frente al Centro Cultural San Ángel, que en mi sueño es enorme. Merodeo por los alrededores y voy a dar a un muro de piedra, ancho y alto; me trepo y comienzo a caminar por el borde. Es mediodía: a mi izquierda hay un cerro lleno de huizaches y nopales, la tierra es seca y amarilla. A mi derecha está un mar muy sucio, como moribundo; hay basura y pescados muertos, bolsas de plástico, costales. Después de mucho andar, me detengo: del lado del cerro, hasta arriba, un hombre viejo de pueblo y su niño me miran en silencio; están agachados y tienen un radio de transistores donde suena una canción ranchera a muy bajo volumen. Siento que no soy bienvenido y que están esperando a que me vaya, así que los saludo con la mano y les hago una señal que significa que solamente voy pasando, que me dirijo a mi casa para almorzar. Ellos se burlan, entonces me doy cuenta de que en realidad el niño es también un viejo y que ambos están chimuelos. En ese instante, del lado del mar, aparecen otros muchachos que también se están burlando y que me dicen a señas que hay mucha comida en el mar si uno sabe buscarla; veo que traen arpones y botas de hule, sé que andan atracando fuereños. Me da un poco de temor, pero pienso que si no me bajo del muro no me va a pasar nada. Sigo caminando, dándoles la espalda: al final del muro se ve una hacienda donde sé que Doris y mis amigos me esperan con comida. Despierto y anoto; a los pocos minutos vuelvo a dormirme... Segundo sueño: estoy en los pasillos de un laberíntico hotel vertical buscando mi habitación; fui invitado a dar unas clases en la CIRV, Convención Internacional de Revistas Virtuales (ya busqué: no existe tal cosa). Me topo con Antonio Lupián quien también está buscando su habitación; a él lo invitaron para presentar un número de Penumbria dedicado a David Bowie. Pasamos por varios pasillos que no dan a ninguna parte. Abrimos una puerta que da a un pequeño cuarto lleno de goteras; junto hay otro cuartito cerrado repleto de muertos amontonados que arañan la puerta. En una tercera puerta hay cadenas con candados; Lupián dice: "es para que no se salgan los fantasmas". Luego estoy yo solo en un elevador de jaula que se mueve hacia arriba: sin poder evitarlo oprimo el botón de alarma y me bajo de prisa para que no me regañen. Al salir me encuentro a la maestra Cecilia Durán, quien me pregunta: "¿ya desayunaste?, hay chilaquiles"; ella está ahí para presentar la revista Por escrito. Sigo recorriendo el hotel: me asomo a un balconcito que da a un callejón; luego llego a unas oficinas muy amplias, nuevas y bien iluminadas donde varios pilotos y azafatas se preparan para abordar un jet. Llego a otra parte del hotel donde hay una minúscula librería de libros infantiles: desde afuera, por los cristales del aparador, veo a varias señoras; también veo otra vez a Cecilia quien está hablando con unos inversionistas. Entro a la librería y empiezo a revisar los lujosos libros ilustrados; quisiera comprar algunos pero aún no me pagan. De pronto estoy sentado en el salón de una biblioteca muy antigua: los libreros son altísimos, se pierden en las tinieblas del techo. Frente a mí hay una mesa grande donde una veintena de alumnos y alumnas me están esperando para comenzar la clase. Alguien me sirve un café, pero no me atrevo a probarlo pues la taza es repulsiva, lovecraftiana: en vez de una, tiene tres asas equidistantes. Entonces les digo a los alumnos que saquen sus juegos de copias, vamos a leer el cuento "Lo trabajos de la ballena", de Eraclio Zepeda. Todos empiezan a leer en voz alta al mismo tiempo y el caos de voces retumba por toda la biblioteca: los hago parar, les explico que yo voy a leer y que ellos sigan la lectura en silencio. En eso suena el picotear de un pájaro carpintero: me despierto y descubre que el sonido es en realidad mi perrita Marnie que se está rascando.
sábado, 1 de julio de 2017
1 DE JULIO DE 2017
Estoy en un supuesto cine que en el sueño es una sala de baile abandonada y vacía. En una de las entradas, dos hermanas me dicen que están muy temerosas pues alguien las ha estado amenazando; yo les digo que no se preocupen, que pasaré una de mis "películas mágicas". Ellas salen y yo me dirijo a una cabina: sacó un DVD, en la portada está el rostro de una mujer negra con ojos de dona y la boca abierta. Mientras preparo la proyección entra a la sala Javier, un desconocido joven y duro que en el sueño me persiguió hace muchos años en Tijuana, pues quería meterme al manicomio. Se supone que pertenece a alguna corporación policíaca secreta y de alto rango. Desde donde estoy él no puede verme y eso me da cierta ventaja. Me doy cuenta de que uno de sus ojos es postizo, así que pongo una película que trata sobre ese tema. Empieza la proyección: cuando ve algunas escenas, Javier se pone muy nervioso; mientras tanto yo sigo en la cabina, jugando con un cubilete que tiene ojos de diversos tamaños: los arrojo una y otra vez sobre la superficie de una barra como de bar. Javier me descubre; yo salgo brincoteando, empiezo a actuar como alienado y le pregunto su nombre. Él me dice que se llama "Cuatro". Salgo de ahí rápidamente y en mi cabeza veo como el tal Javier/Cuatro recorre las calles del pasado buscándome a gritos, llamando por un radio a sus colegas. Tiene miedo de mí. Entonces llego a una recámara pequeña y rústica donde Doris duerme. En esa parte del sueño ella es una princesa y yo uso una bata de baño blanca (en la vida real, no he usado bata de baño desde que era niño). Varias sirvientas tienen que entrar a hacer la limpieza, así que despierto a Doris y nos vamos de ahí. Ahora estamos en una habitación de hotel: desde el balcón se ven edificios redondos y algunas montañas; se supone que es Canadá. Salimos a la calle: es temprano y hay una hilera de coches que caminan a vuelta de rueda pero en orden, rítmicamente, como en la línea de montaje de una fábrica. Hay mucha gente: niños con globos, señoras, hombres de traje; todos se ven demasiado civilizados. Seguimos caminando; llegamos a donde hay un enorme camellón repleto de unas rarísimas y negras montañas en fragmentos, parecidas a las que dibuja Roger Dean. Miro hacia arriba: en la punta de una de las montañas hay un fragmento desprendido y suspendido en el aire que por lógica no debería estar ahí. Entonces descubro que el supuesto fragmento de la montaña es en realidad un platillo volador. Me da mucho miedo. Doris también lo ve, y nos sorprende que nadie más se de cuenta: todos están distraídos con una mujer semidesnuda que, subida en una caja de madera, va a arrojarles hielo: se trata de una extraña forma canadiense de hacer propaganda política. Doris y yo nos alejamos; le digo que entonces es cierto: los platillos voladores existen. Llegamos a otra parte de la ciudad donde hay unas casas de dos aguas encima de puentes: la calle es curva y no se ve el final. Subimos a los puentes y después de caminar un rato llegamos a unas escaleritas que bajan a una bodega. Doris se adelanta por las esclaeritas mientras yo le escribo un mensaje de cel a Mario González Suárez para contarle sobre el platillo volador; en el sueño sé que él es el único que va a creernos. Doris está en la bodega: es una sastrería donde trabaja su prima Margarita. Un viejito es el dueño y nos mira con recelo. Estamos esperando a que la prima salga de trabajar; Doris mira unos vestidos. Yo regreso a los puentes: a lo lejos se ven las montañas negras que entran al mar. También se ven barcos y helicópteros, aunque esa parte pertenece a Australia. Del mar sale otro platillo volador, pero de inmediato me doy cuenta de que es falso: se trata de una atracción turística patrocinada por Disney. Cae la noche y yo regreso a la bodega. Luego pasamos a un estacionamiento donde hay una camioneta pick up en marcha. Al volante, el viejito espera a que subamos Margarita, Doris y yo a la parte trasera donde esperan otras personas. Hace frío y yo no traigo chamarra, pero me consuela pensar que vamos a recorrer partes de la ciudad que no he visto... Despierto.
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