Voy caminando de prisa por la colonia Roma, a mi alrededor hay
mucha gente contentísima porque el Peje ganó
las elecciones: se siente un ambiente de fiesta. Llego a la entrada del edificio donde
vivió Lila, mi abuela paterna, toco el timbre: sé que ella no me espera. Desde
abajo veo la ventana del comedor, hay movimiento de personas, sombras, noto a una especie de repartidor de medicinas entre la gente. Subo al primer piso, a la entrada del departamento: aparece
a mi lado una mujer de lentes. Al principio creo que es mi prima Otilia, pero
veo que se trata de una desconocida, la hija del vecino. Le explico que vengo a
ver a mi abuelita y que ella no me espera. La desconocida se dirige hacia otra puerta del departamento (puerta que en la realidad nunca existió) y se asoma
por una ventanita: se escucha que alguien se está bañando; abre y me invita a
pasar a la sala. Me siento en un sillón; sé que llevo casi treinta años de no
estar ahí y me sorprende ver todo medio en ruinas: goteras gruesas mojando los tapetes,
un sofá destripado, fotos caídas y basura. Saco mi cel para tomar unas fotos:
esto lo tienen que ver mis primos, pienso. En una mesita hay un teléfono
descolgado, de la bocina suena una voz masculina: al alzarla escucho una
conversación que no es de mi incumbencia y cuelgo. Llega mi tía Lupita, hermana
de mi mamá; me parece rarísimo que esté ahí. En la realidad, mi tía es monja y en el sueño me imagino que a
lo mejor está para organizar algún asunto de la Iglesia (mi abuelita Lila era
muy religiosa). Mi tía Lupita me saluda con mucho gusto; empieza a llegar más gente,
entre ellos Ben, un amigo de facebook: viene acompañado de su esposa y
sus hijas, ya grandes (ellos viven en Mérida). Llega una multitud de
desconocidos: se sientan alrededor del comedor; llega también Doris, quien sólo
observa en silencio, y mi hermano con su esposa y sus hijos. Todos se ponen de acuerdo para organizar un concurso de instrumentos musicales: Margarita, mi cuñada, hace un
ingenioso instrumento con cuatro cucharas y lo toca como si fuera una pequeña harpa,
creando una música increíble. En lo alto suena una voz masculina que canta gravemente,
otros cantan o tocan sus instrumentos; me sorprende tanto talento. Veo que mi tía
Lupita está en una especie de taquilla de circo, cocinando: veo que lo que está
preparando son tacos para todos; le digo que yo no como carne, que por favor me
haga uno de nopalitos o pimientos. El concurso de instrumentos musicales continúa: noto que mi abuelita sigue sin llegar; temo
que no quiera verme y se lo comunico a mi tía Lupita. En ese momento me doy
cuenta de que todo es un sueño y le digo a Edith, mi terapeuta, que estoy
soñando. Ella no está ahí pero escucho su voz que me dice que no me preocupe, que no me despierte y
sólo trate de "armar el sueño". Armar el sueño consiste en usar unas figuras de
engrudo y masa e irlas acomodando para poder visualizar toda la trama. Entonces
todo cambia: estoy ahora en el patio de un jacalito; sé que es donde vive Ben. Se
asoma la esposa por la puerta del jacalito, siento que ella no quiere que esté
ahí y le digo que en cuánto termine de armar el sueño me voy. Ella me dice muy
amablemente que pase y descubro que el interior es nada menos que la casa de mi infancia: ahí
está Ben y su esposa se queja de él diciendo "es que este hombre se la pasa comprando
discos de los Residents" (en la vida real, ben es un gran fanático de los Residents.
Empiezo a ver su enorme colección de discos y pienso: este sueño ya cambió a otra cosa… Despierto.
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