martes, 19 de febrero de 2019

17 DE FEBRERO DE 2019


Doris y yo vivimos en un departamento pequeño, no tenemos perros y somos otras personas. Después de comer le aviso que voy a dar una vuelta: bajo las escaleras y salgo a un patio de servicio lleno de botes de basura y cajas metálicas: aunque son como las cuatro de la tarde, el cielo se ve oscurecido, como si fuera medianoche. A lo lejos se oye una escandalosa fiesta: horrible música española, gritos; se trata del vecino que celebra sus cumpleaños. Regreso al vestíbulo del edificio: el conserje, un hombre chaparro y mal encarado, me abre la puerta de entrada. Salgo por otra puerta a un parque rodeado de edificios altos. No hay nadie más; el cielo se ve luminoso y empiezo a sentir un poco de temor. Llega mi amigo Héctor y nos ponemos a platicar; de pronto volteo hacia arriba y veo un ovni: está muy lejos, cruzando el firmamento a toda velocidad. Le pregunto a Héctor si lo vio y me dice que no; le contesto que hay que estar atentos. Entonces veo otro ovni redondo y gris que pasa girando muy cerca de nosotros: alcanzo a distinguir que es muy grande y siento que los tripulantes saben que estamos ahí. Le grito a Héctor, él gira la cabeza pero muy lentamente, y cuando mira hacia arriba el ovni ya se perdió detrás de los edificios por lo que no alcanza a verlo. Me enoja su lentitud y le digo que hay que estar atentos pues es “tarde de avistamientos”. Pasan otros aviones detrás de las nubes; sólo escuchamos el sonido. Luego veo un avión pequeño que vuela de manera extraña, traqueteante: alcanzo a notar que es de alguna compañía y que tiene letras verdes y rojas pintadas en el costado. De pronto el avión acelera y va a estrellarse detrás de los edificios: se escucha una explosión terrible y vemos el resplandor de la lumbre alrededor. Corro hacia el edificio donde vivo y al llegar descubro que el conserje ha corrido todo alrededor persianas largas que me impiden entrar: logro hacerlo a través de una ranura y subo de prisa las escaleras. Llego a un piso donde está una pequeña clínica del IMSS: hay muchas personas sentadas y varios consultorios con enfermeras y secretarias. Me asomo por la ventana opuesta a la clínica y veo que en el techo de las casas de enfrente está la cola del avión, desgarrada. Abajo, en la calle hay perros, ciclistas, niños corriendo; pienso que el resto del avión debe de haber caído más lejos y que seguramente hubo muertos. Aparecen Laurita y Julián, mis vecinos: también se asoman por la ventana y me dicen que ese accidente pasó porque no pintaron bien el avión; yo sé que fue el ovni pero no digo nada… Despierto.

lunes, 5 de noviembre de 2018

5 DE NOVIEMBRE DE 2018


Estoy desayunando en la casa donde vivía de niño. Suena el teléfono: es una mujer que quiere proponerme unas clases; necesita verme de inmediato y quedo de encontrarme con ella en el foro John Lennon que, en el sueño, está a la vuelta de mi casa (en la realidad, mi casa estaba en Boulevares, Naucalpan y el ahora inexistente Foro John Lennon, en la colonia Álamos). Salgo, todo fachoso; cuando llega la mujer noto que es muy distinguida y que va vestida con ropa azul, muy elegante. Caminamos juntos mientras charlamos, pasamos debajo de un puente: hay unos cactus bailando, coches lentos, un viejito; le pregunto a la mujer si no le da pena que la vean conmigo estando yo tan fachoso (me veo como el "Dude" de Big Lebowski) y ella contesta que no, que es un honor. Entonces todo cambia: me encuentro en una alberca que está en la parte alta de un edificio muy grande. Por un letrero luminoso, me entero que la alberca se llama LOBO; la terraza donde se encuentra da a una especie de paisaje desértico, hace frío y a lo lejos se ven montañas rodeadas de neblina. Sé que estamos en Guanajuato o San Luis Potosí. Veo hacia la alberca: las aguas son muy turbias y en el fondo se mueven unas figuras verdes que no alcanzo a distinguir. Me meto a la alberca y la cruzo a nado varias veces: empieza a llegar mucha gente. Hay una señora gorda con sus hijos pequeños; aunque está lejos, sé que les dice que no se me acerquen. Un niño aparece cerca de mí y empieza a pegarle al agua con un palo. Le digo que tenga cuidado que no me vaya a pegar a mí; el niño se aleja, molesto. Veo que entre la gente está mi amigo Manolo, me da mucho gusto y cuando me dirijo a saludarlo, noto que encima de la alberca está estacionado el automóvil (un datsun) que mi mamá tenía cuando éramos niños: se sostiene en la superficie gracias a una fuerte red de plástico; pienso que puede hundirse en cualquier momento. Luego voy otra vez caminando por la calle con la mujer que me iba a contratar para las clases y pienso: esto ya lo soñé. Despierto y estoy con mi grupo de estudio de tarot: les empiezo a platicar el sueño que acabo de tener y de pronto todo cambia. Estoy ahora en un comedor desconocido y muy iluminado, veo que también está  mi mamá: le digo que tiene que mover su automóvil de la alberca si no quiere que se hunda; llega Doris y me dice que no me preocupe, que el auto no se sumerge, que la red que lo sostiene es muy fuerte. Luego me encuentro en un salón del Claustro de Sor Juana: me rodean un grupo de alumnos vestidos de negro quienes están probando el audio de un evento futuro; suena un rock escandaloso a todo volumen. Afuera, en el patio, hay mucha gente sentada en gradas. De pronto estoy en dos lugares al mismo tiempo: sigo en el salón y les digo a los alumnos que le bajen el volumen (veo como el botón pasa del 7 al 2) y también estoy en las gradas, donde un muchacho de unos diecisiete años dice "ayer fue una decepción, a mis hijos no les gustó el concierto"; me llama la atención de que alguien tan joven tenga hijos. Sé que el concierto al que se refiere lo dio Itzeel Reyes, una amiga nuestra (quien en realidad es pintora). Vuelven a subirle el volumen a la música y en ese momento despierto.

sábado, 4 de agosto de 2018

4 DE AGOSTO DE 2018


Voy caminando de prisa por la colonia Roma, a mi alrededor hay mucha gente contentísima porque el Peje ganó las elecciones: se siente un ambiente de fiesta. Llego a la entrada del edificio donde vivió Lila, mi abuela paterna, toco el timbre: sé que ella no me espera. Desde abajo veo la ventana del comedor, hay movimiento de personas, sombras, noto a una especie de repartidor de medicinas entre la gente. Subo al primer piso, a la entrada del departamento: aparece a mi lado una mujer de lentes. Al principio creo que es mi prima Otilia, pero veo que se trata de una desconocida, la hija del vecino. Le explico que vengo a ver a mi abuelita y que ella no me espera. La desconocida se dirige hacia otra puerta del departamento (puerta que en la realidad nunca existió) y se asoma por una ventanita: se escucha que alguien se está bañando; abre y me invita a pasar a la sala. Me siento en un sillón; sé que llevo casi treinta años de no estar ahí y me sorprende ver todo medio en ruinas: goteras gruesas mojando los tapetes, un sofá destripado, fotos caídas y basura. Saco mi cel para tomar unas fotos: esto lo tienen que ver mis primos, pienso. En una mesita hay un teléfono descolgado, de la bocina suena una voz masculina: al alzarla escucho una conversación que no es de mi incumbencia y cuelgo. Llega mi tía Lupita, hermana de mi mamá; me parece rarísimo que esté ahí. En la realidad, mi tía es monja y en el sueño me imagino que a lo mejor está para organizar algún asunto de la Iglesia (mi abuelita Lila era muy religiosa). Mi tía Lupita me saluda con mucho gusto; empieza a llegar más gente, entre ellos Ben, un amigo de facebook: viene acompañado de su esposa y sus hijas, ya grandes (ellos viven en Mérida). Llega una multitud de desconocidos: se sientan alrededor del comedor; llega también Doris, quien sólo observa en silencio, y mi hermano con su esposa y sus hijos. Todos se ponen de acuerdo para organizar un concurso de instrumentos musicales: Margarita, mi cuñada, hace un ingenioso instrumento con cuatro cucharas y lo toca como si fuera una pequeña harpa, creando una música increíble. En lo alto suena una voz masculina que canta gravemente, otros cantan o tocan sus instrumentos; me sorprende tanto talento. Veo que mi tía Lupita está en una especie de taquilla de circo, cocinando: veo que lo que está preparando son tacos para todos; le digo que yo no como carne, que por favor me haga uno de nopalitos o pimientos. El concurso de instrumentos musicales continúa: noto que mi abuelita sigue sin llegar; temo que no quiera verme y se lo comunico a mi tía Lupita. En ese momento me doy cuenta de que todo es un sueño y le digo a Edith, mi terapeuta, que estoy soñando. Ella no está ahí pero escucho su voz que me dice que no me preocupe, que no me despierte y sólo trate de "armar el sueño". Armar el sueño consiste en usar unas figuras de engrudo y masa e irlas acomodando para poder visualizar toda la trama. Entonces todo cambia: estoy ahora en el patio de un jacalito; sé que es donde vive Ben. Se asoma la esposa por la puerta del jacalito, siento que ella no quiere que esté ahí y le digo que en cuánto termine de armar el sueño me voy. Ella me dice muy amablemente que pase y descubro que el interior es nada menos que la casa de mi infancia: ahí está Ben y su esposa se queja de él diciendo "es que este hombre se la pasa comprando discos de los Residents" (en la vida real, ben es un gran fanático de los Residents. Empiezo a ver su enorme colección de discos y pienso: este sueño ya cambió a otra cosa… Despierto.

lunes, 19 de febrero de 2018

19 DE FEBRERO DE 2018


Doris y yo estamos en un parque, es sábado y hace mucho sol así que nos metemos debajo de una palapa donde están algunas de mis tías. De pronto aparece en el aire, muy cerca de nosotros, el rostro de un bebé: se supone que es Dios. Una de mis tías le dice algo al bebé, y éste extiende los brazos y entre sus manos aparece una telaraña de cristal. La telaraña se convierte en un periódico donde aparece la foto del bebé. Luego todo cambia: voy yo solo,  caminando por los pasillos de El palacio de Hierro; son vísperas de Navidad y en todas partes hay cajas de regalo vacías. Llego a un estante donde cuelga una placa, al acercarme veo que en realidad es un pequeño profesor de plástico dando clase detrás de su escritorio. Veo el precio: $170; saco del bolsillo un billete de a $200 y busco a alguien que me indique dónde puedo pagar pero los pasillos están vacíos. Pienso que podría robarme el juguete metiéndolo debajo de mi chamarra pero decido no hacerlo por miedo a que alguna cámara me esté vigilando. Entonces el escenario cambia: estoy en una pradera al aire libre; a lo lejos se divisan unos árboles. Camino y en ese momento descubro que estoy soñando. Veo de cerca el juguete: el pequeño profesor  tiene en una mano un montón de globos atados con hilos; los globos son figuras de Bob Esponja, El Hombre Araña, Hello Kitty, etc. Me llama la atención lo bien hecho que están y algo me dice que se trata de mis alumnos. Me da tristeza que ese juguete sólo exista en el sueño; de pronto estoy sentado tras la mesa de un restaurante de comida rápida: alrededor hay gente haciendo compras. Aparece Doris, se sienta conmigo y entonces veo que con ella viene una señora con dos niños pequeños. Doris me dice que es la contadora y sus hijos. Doris nos reparte unas cajas de plástico, al abrirlas vemos que hay sándwiches de paté. Doris me dice que no me preocupe, pues es paté de soya. Le cuento mi sueño y entonces saco al pequeño profesor y comienzo a armarlo: hay una placa que es el escritorio y un compartimiento oculto para guardar una goma… Despierto.

lunes, 18 de diciembre de 2017

18 DE DICIEMBRE DE 2017

Estoy a punto de comer en una fonda al aire libre; a mi alrededor hay mucha vegetación. Llega la mesera y me sirve agua de crisantemo en un vasito cúbico: veo que la bebida tiene flores blancas y huele muy bien; la mesera me dice que es cortesía y me pregunta qué quiero comer. Por error le contesto que picadillo, pero lo que en realidad quiero es pasta de coditos fría; ella se dirige a la cocina y yo la sigo para aclarar el error. En la cocina hay mucho ajetreo, la mesera se pierde de vista y yo me quedo mirando las enormes cazuelas de comida que llenan todo de vapor. De pronto estoy en un departamento antiguo de varios niveles: me asomo a la terraza y veo un enorme y amistoso pastor alemán que quiere jugar conmigo. Salgo; el perro me abraza y me lame la cara. Miro por el borde del barandal y veo que estamos en un cuarto piso y afuera están las calles de la ciudad de México en los años 60s. En un extremo de la terraza descubro que hay unas escaleras, lo cual me intriga, pues aunque yo vivo ahí, nunca había visto esa parte del departamento. Al acercarme veo que se trata de una pequeña librería: en las escaleras hay una fila de chavitos de secundaria que van a comprar sus libros de texto. Paso junto a ellos y entro a la librería: hay dos empleados; uno está atendiendo la caja registradora y otro es una especie de anfitrión que les va presentando los libros a los chavitos de secundaria. Veo los libreros: hay muchos ejemplares de la colección Alfaguara Juvenil. Los empleados empiezan a burlarse de mí, pero de manera amistosa. Yo me dirijo hacia otras escaleras secretas que bajan: en las paredes hay vitrinas largas con colecciones de bellísimos animales de plástico; mientras voy bajando, el empleado anfitrión me dice que son "los animalitos de Tobías". Al llegar a la parte de abajo, descubro que estoy en la UNAM: paso por una oficina donde Mario González Suárez está entrevistando a varias actrices para ver si las contrata. La oficina es muy grande y está llena de copas de champán en todas partes: en el escritorio, en los libreros y en las mesas bajas de la sala de entrevistas. Pienso que podría sacar una foto excelente, pues la luz amarilla que se refleja en las copas de champán se ve impresionante, irreal. Busco mi tablet para sacar la foto; entonces me acuerdo que Mario González Suárez me prestó su tablet para jugar un videojuego. De pronto todo cambia: me encuentro en un salón de fiestas vacío; hasta donde alcanza la vista hay enormes mesas redondas con manteles blancos. Yo estoy en una de las mesas tratando de entenderle a los controles de la tablet de Mario: en la pantalla quedó congelada la imagen de un videojuego de acción, pero en el contador de la izquierda veo que se me está acabando la vida, lo cual me preocupa. Quiero cerrar el juego y husmear en los archivos de Mario. En eso llegan Doris, Gina y mi mamá; me dicen que vamos a ir a comer, que si ya estoy listo. Entonces recuerdo que dejé mi comida a medias en la fonda, les contesto que ahorita regreso y entro al escenario de un teatro: en uno de los extremos se ve una puerta que da a los jardines de la fonda donde empezó el sueño. Cruzo y me siento en la mesa de la fonda: veo que hay varios platillos servidos, pero todos están fríos. Llegan unas mujeres hippies un poco desagradables y me dicen que si pueden compartir la mesa conmigo, pues todas las demás mesas están ocupadas… Despierto.

lunes, 11 de diciembre de 2017

11 DE DICIEMBRE DE 2017

Estoy en una oficina de provincia donde me contrataron para trabajar durante una semana. El lugar es extrañísimo: hay decenas de secretarias y hombres de traje que se mueven de un lado a otro por pasillos anchos sin hacerme caso. No sé en qué consiste mi trabajo y eso me preocupa. Intento enviarle un mensaje a Doris, pero en mi celular aparecen números incomprensibles, imágenes de gatos, un reloj redondo y blanco con ojos. Sé que me puedo ir al hotel y que nadie se daría cuenta, pero me parece poco ético. Salgo y camino por un centro comercial. De pronto descubro que estoy en la Mega, y que tengo que comprar pan navideño. En una correa llevo a un pastor alemán enorme que tiene el cuello muy largo y que va olisqueando todo. Llego al estante de los panes: vienen en paquetes de tres, pero yo sólo necesito uno. Para que el pastor alemán no se coma los panes, hago que meta la cabeza en un hueco de la pared. Tomo uno de los paquetes, veo que los panes son como nudos de cuerda; tienen pasas y nueces: se ven riquísimos. El pastor alemán desaparece y entro por una puerta grande: del otro lado hay una casa muy lujosa, repleta de libreros. Miro los libros: hay ediciones antiguas de Shakespeare y Cervantes. Aparece el dueño de la casa: es una especie de conde; usa capa negra y gorro de mosquetero. Me dice que suba por unas escaleras, que en el segundo piso está lo mejor de su colección. Veo las escaleras: le digo que si ahí pusiera un elevador, podría aprovechar las paredes entre los pisos para poner más libreros; él se queda pensativo. Aparece el elevador que propuse: entro. Voy subiendo lentamente; de las paredes tomo un librito: es una edición rara de Jorge Ibargüengoitia. Llego arriba, donde hay una terraza al aire libre llena de estatuas y vegetación, se supone que es el Castillo de Chapultepec. Aparece mi amigo Peter, me dice que quedó de verse ahí con una chava que se llama Sara; le digo que se apure, que no la haga esperar. De pronto suena su celular, Peter contesta y se aleja. Yo me dirijo a una especie de placita rodeada de bancas donde hay personas sentadas, leyendo; en el centro está una enorme mesa de cristal llena de revistas y jarras de agua. Veo que entre los lectores hay varias mujeres muy elegantes de edades diversas; me pregunto cuál de todas ellas será Sara. De pronto, hombres y mujeres interrumpen sus lecturas al mismo tiempo y me miran sonriendo, como esperando que les platique algo interesante… Despierto. 

jueves, 7 de diciembre de 2017

7 DE DICIEMBRE DE 2017

Primer sueño: me encuentro en una habitación esférica que sólo tiene un sillón antiguo y una mesita. Estoy esperando a Ingrid y Magdalena que van a llegar a que les dé una clase de tarot. Pasa el tiempo y no aparecen, así que trato de enviarles un mensaje por mi cel, pero las paredes de la esfera son metálicas y no tengo señal. Entonces veo que Magdalena está en la banca de un parque, leyéndole el tarot a un español. La banca donde están sentados se encuentra a la orilla de una ancha vereda que se pierde en el horizonte: el cielo es gris, hay árboles grandes y mucha neblina. Noto que Magdalena usa un sombrero horrible, adornado con plumas de avestruz que la hacen parecer un plumero. Llega Ingrid a la esfera, viene cargando unos paquetes; se disculpa y dice que me trajo a regalar unos libros. Luego estoy en el balcón de la casa sateluca donde viví de niño: hay una ventana abierta que da a la recámara de mi mamá y mi papá. Entro a hurtadillas por la ventana; mi mamá está viendo la tele, y aunque me ve, no me hace caso. Se abre una puerta y aparece mi papá, quien en el sueño es un famoso científico; me dice que salude a mi hermana. Entra una mujer grande: es una hermana mayor que no conozco, me abraza con fuerza y me pongo a llorar. Luego todo cambia: Doris y yo estamos en la casa; faltan unos segundos para que termine el año y nos sorprende el silencio pues nadie está echando cohetes. Vamos a la cochera: el cielo se ve iluminado por una luz ocre, algo siniestra. Me pongo a caminar como un pingüino y Doris me mira con extrañeza. Cuando salimos a la calle llega un auto convertible y se estaciona en la banqueta de enfrente: el conductor es mi amigo Manolo. Se baja del auto, Doris y yo corremos a abrazarlo; notamos que está muy elegante. Manolo nos dice que viene a la cena de año nuevo de su familia; lo acompañamos a una casa donde se oyen pláticas, risas y música. De pronto sale la mamá de Magdalena (quien en el sueño también es mamá de Manolo), y cuando Doris le pregunta por su hija, nos contesta que ya está durmiendo. Le decimos que traemos regalos: entonces me doy cuenta de que junto a nosotros hay un carrito del supermercado lleno de lociones y jabones finos. Volteo hacia la casa: detrás de una de las ventanas se ven varios antifaces negros y el sombrero con plumas de avestruz de Magdalena… Despierto. Segundo sueño: es muy noche, estoy volando por el Periférico a la altura de Plaza Satélite, voy de norte a sur. Para poder volar, tengo que oprimir una obsidiana redonda que oculto en la palma de mi mano. Voy muy lento y bajo, como a dos metros del suelo. En una parada de camión hay varios turistas gringos con sombreros y camisas floreadas: se me hace raro que estén ahí a esas horas, pues solamente pasan automóviles. Sigo volando: llego a un llano donde acaban de chocar dos coches de carreras. El piloto de uno de ellos está recargado en una llanta muy grande que se safó: es David Lynch de joven. Alrededor del choque hay varios muertos: al acercarme descubro que en realidad están fingiendo y aguantándose la risa, lo cual me causa mucho miedo. Llego a la Comercial Mexicana de Boulevares (ahora Mega): en el sueño la veo como era a mediados de los 70s. En el camellón sobresale la "cabeza" de una lombriz gigantesca: el resto del cuerpo está enterrado y sé que la cola llega más allá de Lomas Verdes. La lombriz está formada de un material gelatinoso de color azul metálico: se supone que es extraterrestre, y que llevaba enterrada millones de años; salió a la superficie por el temblor. No sé si está viva o muerta, pero cuando la toco, vibra. Luego estoy en un túnel en espiral; una presencia me comunica que la civilización de donde proviene la lombriz sigue existiendo aún, y que a continuación voy a ver una de sus ciudades. Al salir del túnel me veo a mí mismo; soy una especie de monigote: uso sombrero plano y traje negro de viejito. Estoy inmóvil. Junto a mí hay un mueble victoriano de mi estatura repleto de cientos de bocas de buzón. Aparece Georgina Montelongo, quien en el sueño es mi maestra de primaria; me dice que cuando yo muera, la Humanidad introducirá por esas bocas sus recuerdos… Despierto.

jueves, 30 de noviembre de 2017

30 DE NOVIEMBRE DE 2017

Nos encontramos Timo y yo en el patio de una vecindad enorme; cada uno está sentado en su sillita con una tablet personal en las manos jugando un videojuego que se llama Kalish: una ruidosa explosión de monstruos aztecas y luces multicolores. En una cocina cercana están Doris y mi mamá preparando el desayuno. Timo se va y yo subo por unas escaleritas de metal. Llego a la entrada de un departamento altísimo: en el tapete de entrada está un perrito muy viejo durmiendo. Miro hacia abajo y siento vértigo; el espacio que separa la escalera de la puerta es como de un metro, y temo que el perrito despierte y se caiga, pero no puedo hacer nada. Bajo y descubro que alguien le hizo un pequeño orificio a mi tablet en uno de los extremos de la pantalla; sospecho que fue una mujer a la que le dicen Arenita, pero no puedo demostrarlo. Camino hacia otra parte de la vecindad: ahora estoy en los edificios de la Jardín Balbuena, que tienen pasillos muy amplios llenos de mesas donde hay maestras y muchos niños desayunando. A mi derecha hay un salón sin paredes donde se ven escritorios llenos de material de dibujo y tableros de ajedrez; pienso en ir a jugar unas partidas con alguien, y entonces veo a un profesor muy serio que está en un sillón leyendo el periódico. Sé que es muy buen ajedrecista y que va a ser difícil derrotarlo. Entonces entro a una parte oscura que va a dar a un jardín de Guadalajara. El jardín es enorme, lleno de árboles y veredas que bajan entre arbustos y bancas metálicas. Es muy temprano y no hay nadie. Llego a la parte donde se encuentran los aparatos de ejercicio: en una especie de camilla hay algo cubierto con una sábana. Al acercarme veo que parece ser un cuerpo; en la sábana están escritos unos jeroglíficos y junto hay un bat de béisbol lleno de sangre. Pienso que es un hombre al que mataron a golpes; luego se me ocurre que a lo mejor se trata de una broma, pero no me atrevo a levantar la sábana. Me alejo con cuidado y decido no avisar a la Policía. Sigo caminando por una vereda que sube y llego a unos edificios que tienen pasillos cuyo suelo está hecho de maya metálica: por los orificios veo que abajo hay mucha gente llegando al jardín: señores elegantes, mujeres serias y niños con sombrero; parece que van a misa. Pienso que no deben toparse con el cuerpo que encontré, pero al tratar de regresar me pierdo en pasillos llenos de ventanas que terminan abruptamente y dan al vacío. Paso junto a la ventana de un baño: detrás del cristal opaco se ven unos floreros y una pila de jabones… Despierto.

lunes, 27 de noviembre de 2017

27 DE NOVIEMBRE DE 2017

Primer sueño: estoy en una recámara secreta que tiene una repisa repleta de joyas. Miro las joyas: son pendientes y dijes victorianos. Tomo un corazón grande de cuarzo blanco pero veo que no tiene cadena, así que le pongo la cadenita dorada que le quito a una tortuga de plástico. Me subo a un banco y miro por encima de la repisa: hay varios muñecos de cartón; son como hombres de los 40s, usan sombreros y están muy tristes. Pienso que representan la soledad absoluta; que si toda la gente desapareciera, estos muñecos no tendrían razón para existir y que estarían quietos y callados hasta el fin de los tiempos. Suena la música de Twilight Zone, aparece un Godínez gordito: es una especie de maestro de ceremonias que representa a los muñecos y me dice que acaban de regresar de un viaje a las Bahamas y por eso se ven amarillos. Luego todo cambia: estoy en un patio horrendo y vacío; se siente como si fuera la parte olvidada de una cárcel. Aparecen unos gatos muy malos que corren en círculos; están llenos de arañazos y cicatrices. Una voz en off dice que los hombres solitarios que han sido atacados por tiburones, después del ataque se vuelven bastante sociables... Despierto. Segundo sueño: una casa que no es mía; en la cochera, unas señoras les dicen a varios niños muy pequeños que se vistan de botargas para hacer el "baliable de las flores". Se abren las puertas de la cochera: afuera hay puestos de kermes donde se venden flanes, galletas y aguas frescas; las personas que están comprando entran con curiosidad a ver el bailable. Una veintena de jóvenes y muchachas se cuelan a hurtadillas al interior: aunque no conozco al dueño de la casa, sé que mi deber es protegerla, así que sigo a los intrusos sin que me vean. Suben en fila por una escalera y se meten a una recámara grande donde está un Ricardo barbón: es el profesor y les comienza a dar una clase sobre Existencialismo. Entro y les pido que por favor salgan de la casa, pero no me hacen caso y siguen escuchando al otro Ricardo. Salgo y cierro la puerta con llave. Desde un rincón de la casa miro hacia la recámara que tiene paredes de cristal: la clase se desarrolla en calma; los alumnos están sentados en el suelo formando un círculo. Sé que si el dueño de la casa descubre que dejé entrar a los jóvenes va a decepcionarse, así que busco la manera de sacarlos: pienso en echarles humo o agua. Entonces me doy cuenta de que todo es un sueño y que tengo que descifrarlo: pienso que el otro profesor soy yo y que el resultado de todo dependerá de si les echo humo o agua. Exploro la casa; sé que ya la he soñado antes: es muy grande y está llena de escaleras y pasillos muy enredados como si fuera un laberinto. Se hace de noche. Me acuesto en la alfombra, entre dos columnas que están junto a una pared de cristal; desde ahí veo cómo salen los alumnos de la clase. Trato de no moverme para que no me vean: lo único que quiero es que ya se vayan de la casa y que todo vuelva a la "normalidad". Entonces dos de las muchachas me descubren en el suelo y empiezan a murmurar, asombradas. Yo me pongo a volar a pocos centímetros de la alfombra y me voy planeando por toda la casa, convertido en un gigantesco ajolote chino; las muchachas me siguen alarmadas. Doy varias vueltas para perderlas y llego otra vez a la cochera, donde hay mesas llenas de platos desechables y los restos de las botargas que usaron los niños para el "bailable de las flores"; unas señoras barren todo con unas escobas de ramas… Despierto.

17 DE FEBRERO DE 2019