Nos encontramos Timo y yo en el patio de una vecindad
enorme; cada uno está sentado en su sillita con una tablet personal en las
manos jugando un videojuego que se llama Kalish: una ruidosa explosión de
monstruos aztecas y luces multicolores. En una cocina cercana están Doris y mi
mamá preparando el desayuno. Timo se va y yo subo por unas escaleritas de
metal. Llego a la entrada de un departamento altísimo: en el tapete de entrada
está un perrito muy viejo durmiendo. Miro hacia abajo y siento vértigo; el
espacio que separa la escalera de la puerta es como de un metro, y temo que el
perrito despierte y se caiga, pero no puedo hacer nada. Bajo y descubro que
alguien le hizo un pequeño orificio a mi tablet en uno de los extremos de la
pantalla; sospecho que fue una mujer a la que le dicen Arenita, pero no puedo
demostrarlo. Camino hacia otra parte de la vecindad: ahora estoy en los
edificios de la Jardín Balbuena, que tienen pasillos muy amplios llenos de
mesas donde hay maestras y muchos niños desayunando. A mi derecha hay un salón
sin paredes donde se ven escritorios llenos de material de dibujo y tableros de
ajedrez; pienso en ir a jugar unas partidas con alguien, y entonces veo a un
profesor muy serio que está en un sillón leyendo el periódico. Sé que es muy
buen ajedrecista y que va a ser difícil derrotarlo. Entonces entro a una parte
oscura que va a dar a un jardín de Guadalajara. El jardín es enorme, lleno de
árboles y veredas que bajan entre arbustos y bancas metálicas. Es muy temprano
y no hay nadie. Llego a la parte donde se encuentran los aparatos de ejercicio:
en una especie de camilla hay algo cubierto con una sábana. Al acercarme veo
que parece ser un cuerpo; en la sábana están escritos unos jeroglíficos y junto
hay un bat de béisbol lleno de sangre. Pienso que es un hombre al que mataron a
golpes; luego se me ocurre que a lo mejor se trata de una broma, pero no me
atrevo a levantar la sábana. Me alejo con cuidado y decido no avisar a la Policía.
Sigo caminando por una vereda que sube y llego a unos edificios que tienen
pasillos cuyo suelo está hecho de maya metálica: por los orificios veo que abajo
hay mucha gente llegando al jardín: señores elegantes, mujeres serias y niños
con sombrero; parece que van a misa. Pienso que no deben toparse con el cuerpo
que encontré, pero al tratar de regresar me pierdo en pasillos llenos de
ventanas que terminan abruptamente y dan al vacío. Paso junto a la ventana de un baño: detrás del
cristal opaco se ven unos floreros y una pila de jabones… Despierto.
jueves, 30 de noviembre de 2017
lunes, 27 de noviembre de 2017
27 DE NOVIEMBRE DE 2017
Primer sueño: estoy en una recámara secreta que tiene una
repisa repleta de joyas. Miro las joyas: son pendientes y dijes victorianos.
Tomo un corazón grande de cuarzo blanco pero veo que no tiene cadena, así que
le pongo la cadenita dorada que le quito a una tortuga de plástico. Me subo a
un banco y miro por encima de la repisa: hay varios muñecos de cartón; son como
hombres de los 40s, usan sombreros y están muy tristes. Pienso que representan
la soledad absoluta; que si toda la gente desapareciera, estos muñecos no
tendrían razón para existir y que estarían quietos y callados hasta el fin de los
tiempos. Suena la música de Twilight Zone, aparece un Godínez gordito: es una
especie de maestro de ceremonias que representa a los muñecos y me dice que
acaban de regresar de un viaje a las Bahamas y por eso se ven amarillos. Luego todo cambia: estoy en un patio horrendo
y vacío; se siente como si fuera la parte olvidada de una cárcel. Aparecen unos
gatos muy malos que corren en círculos; están llenos de arañazos y cicatrices.
Una voz en off dice que los hombres solitarios que han sido atacados por
tiburones, después del ataque se vuelven bastante sociables... Despierto.
Segundo sueño: una casa que no es mía; en la cochera, unas señoras
les dicen a varios niños muy pequeños que se vistan de botargas para hacer el "baliable
de las flores". Se abren las puertas de la cochera: afuera hay puestos de
kermes donde se venden flanes, galletas y aguas frescas; las personas que están
comprando entran con curiosidad a ver el bailable. Una veintena de jóvenes y
muchachas se cuelan a hurtadillas al interior: aunque no conozco al dueño de la
casa, sé que mi deber es protegerla, así que sigo a los intrusos sin que me
vean. Suben en fila por una escalera y se
meten a una recámara grande donde está un Ricardo barbón: es el profesor y les comienza
a dar una clase sobre Existencialismo. Entro y les pido que por favor salgan de
la casa, pero no me hacen caso y siguen escuchando al otro Ricardo. Salgo y
cierro la puerta con llave. Desde un rincón de la casa miro hacia la recámara que
tiene paredes de cristal: la clase se desarrolla en calma; los alumnos están
sentados en el suelo formando un círculo. Sé que si el dueño de la casa descubre
que dejé entrar a los jóvenes va a decepcionarse, así que busco la manera de
sacarlos: pienso en echarles humo o agua. Entonces me doy cuenta de que todo es
un sueño y que tengo que descifrarlo: pienso que el otro profesor soy yo y que
el resultado de todo dependerá de si les echo humo o agua. Exploro la casa; sé
que ya la he soñado antes: es muy grande y está llena de escaleras y pasillos
muy enredados como si fuera un laberinto. Se hace de noche. Me acuesto en la
alfombra, entre dos columnas que están junto
a una pared de cristal; desde ahí veo cómo salen los alumnos de la clase. Trato
de no moverme para que no me vean: lo único que quiero es que ya se vayan de la
casa y que todo vuelva a la "normalidad". Entonces dos de las muchachas me descubren en el
suelo y empiezan a murmurar, asombradas. Yo me pongo a volar a pocos centímetros
de la alfombra y me voy planeando por toda la casa, convertido en un gigantesco ajolote
chino; las muchachas me siguen alarmadas. Doy varias vueltas para perderlas y
llego otra vez a la cochera, donde hay mesas llenas de platos desechables y los
restos de las botargas que usaron los niños para el "bailable de las flores"; unas señoras barren todo con unas escobas de ramas…
Despierto.
lunes, 6 de noviembre de 2017
5 DE NOVIEMBRE DE 2017
Estoy afuera de una casa de los años 60s que tiene dos pisos
y un pequeño jardincito; son las seis de la mañana. Sé que en el interior de la
casa se esconden los Beatles, pero al tratar de verlos por las ventanas descubro
que todas las habitaciones están llenas hasta el techo de tambores, penachos,
mapas y otros objetos viejos. Pasa por la calle mi amigo de la prepa Alejando
Toriz e intenta venderme unos ábacos incas; me dice que con ellos puedo
descifrar los misterios. Miro los ábacos: son unas ruedas llenas de hilos y
cuentas de chaquira. Vuelvo a asomarme a la casa: pongo la boca en una cerradura
y empiezo a llamar a Ringo. Aunque no lo escucho ni lo veo, sé que Ringo les dice
a los otros Beatles que guarden silencio y que no se muevan; están todos
apretujados en un clóset. Aparece Doris y me dice que nos vayamos de ahí, que
los Beatles están en otra parte… Despierto.
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