Primer sueño: nos encontramos mi papá y yo en su recámara
viendo la tele; con nosotros está Vero mi hermana, pero en el sueño tiene nueve
o diez años. Estamos viendo un documental experimental dividido en varias
secciones; cada sección es una recámara vacía donde se escenifican historias
diversas: hay una sección de gánsters, otra de niños africanos que comen
leones, otra de astronautas. En la azotea se escuchan unos plomeros que están
arreglando el tinaco. Bajan los plomeros y nos dicen que ya terminaron; se
sientan en el suelo con nosotros a ver la tele. El líder de los plomeros es Tato,
un gordito de lentes que era nuestro vecino cuando éramos niños. Me levanto y
les digo a todos que ahora me dedico a dar clases de historia de las
animaciones y que voy a pasarles unas muy buenas; mi papá me mira con
curiosidad y entonces recuerdo que ya murió y que él no se enteró que doy estas
clases. Aparece una pantalla muy grande enfrente del televisor y empieza una
animación donde dos jabalíes psicodélicos brincan por un campo multicolor; la
música de fondo es un jazz bastante extraño. Luego todo cambia: estoy con Doris
en un elevador enorme; se trata de una
especie de jaula exterior que recorre la ciudad. Junto a nosotros hay mucha
gente fea, todos vamos de pie. El elevador hace suaves movimientos verticales y
horizontales: afuera se ven calles chuecas, edificios en ruinas, coches
estacionados llenos de cuervos. El elevador se atasca y se abren las rejas:
tenemos que salir a una zona de la ciudad que no conocemos, hay varias señoras de
rebozo que cargan canastas. Aparece nuestra amiga Elena y nos dice que ella vive por ahí, que
vayamos a su casa. Luego estoy yo solo, asomándome por una de las ventanas de la
redacción del periódico Excelsior donde soy reportero. Le llamo por teléfono a mi tío
Lalo, a sabiendas de que está prohibido hacer llamadas personales. Mi tío Lalo
me contesta y finge la voz para que crean que la llamada tiene que ver con el trabajo: entonces me doy
cuenta de que en realidad estoy hablando con Vicente Leñero. Una voz en off me
dice que tengo que ir urgentemente a Calera, Zacatecas (el pueblo donde nació mi mamá) a
hacer un reportaje. Aparece en el sueño una gruesa barda amarilla de adobe: en la
parte superior sobresalen varios magueyes que son en realidad los pelos de un gigante
dormido… Despierto. Segundo sueño: estoy
en una oficina de la colonia Roma, acabo de arreglar una fotocopiadora y tengo
que bañarme. Alrededor hay jefes y secretarias caminando de prisa entre los escritorios;
cuando les hablo, no me contestan. Al fondo está nuestro amigo Edgar, "el Lobo",
arreglando unas computadoras. Entro al baño: una mujer cuya casa fue destruida
por el temblor acaba de bañarse y dejó tapado el desagüe, de la regadera cuelga su vestido, bastante
folklórico. Destapo el desagüe, el agua es gris y me da asco: al abrir la
regadera para enjuagarme la mano, el vestido se moja. Luego estoy en el pequeño
gabinete de un restaurante lujoso donde Doris y otra presencia que no reconozco
me esperan para desayunar. Cuelgo el vestido mojado de una percha, de su
interior salta un perrito diminuto que empieza a jugar encima de la
mesa. Mientras miramos el menú, llega Marychuy y nos dice que tenemos que ver una
serie de anime que acaban de estrenar: se enciende una pantalla y aparecen los
créditos iniciales del segundo episodio. Marichuy nos dice que no importa que
no hayamos visto el episodio anterior pues la historia en realidad empieza ahí:
se trata de una carrera de autos; el héroe de la serie es Torombolo, cuyo auto
es una cama. Me llama la atención que los japoneses hayan tomado a ese
personaje gringo para hacer un anime. De pronto la carrera de autos se convierte
en un cuento de hadas: hay varias partes algo abstractas y al final una
escena donde dos niñitos son llevados en brazos a través del bosque por el
Hombre Calabaza y un zorro anciano. Se supone que estos dos personajes son los
enemigos, pero yo siento una enorme simpatía por ellos. Yo lo
miro todo desde el punto de vista de los niñitos: el zorro y el Hombre Calabaza
nos depositan en un claro del bosque para luego transformarse lentamente en una máquina de vapor. Al fondo se ve el
contorno negro de los pinos, la luna llena y un cielo azul eléctrico lleno de
estrellas. Hace frío. Hombre calabaza y
zorro se congelan: primero sus manos esqueléticas y luego toda la máquina se
transforman en cenizas blancas que se esparcen hasta hacerlos desaparecer por completo, lo cual me causa
una enorme tristeza pues sé que también es el fin del mundo… Despierto.
lunes, 23 de octubre de 2017
viernes, 13 de octubre de 2017
13 DE OCTUBRE DE 2017
Primer sueño: es de día, voy caminando por los andadores de
la Jardín Balbuena y descubro que están construyéndose muchas torres. Son
torres altísimas, de diversos tonos de azul y están hechas de plástico. Llego a
un prado entre dos casas: del otro lado hay un camión de donde bajan unos
albañiles con cascos, colocan una
plancha de cemento en el pasto y en unos
cuantos segundos brota una de las torres que sube veloz hasta las nubes como si
fuera una planta. Calculo que cada torre tiene por lo menos cincuenta pisos. Sigo caminando, me doy cuenta que conmigo va mi amigo Edgar "el Lobo" y Lolita, mi perra; llegamos a la entrada de una de las torres. Pasamos a un enorme vestíbulo de techos muy altos y lleno de gente; las paredes
están tapizadas de pantallas donde aparecen cifras y letreros; en un rincón hay
un espacio con juegos infantiles y varios triciclos volcados. Hay varias tiendas
de ropa, papelerías, locales en renta con cartulinas de colores fosforescentes. Suenan
voces en lo alto, zumbidos: el ambiente se siente como el de un aeropuerto
enloquecido. Me preocupa que con tanta gente viviendo en la colonia se vaya a
acabar el agua. Llego a un mostrador donde hay tres bell boys jóvenes y peludos que parecen changos; les digo que mi
tía quiere comprar un departamento, que si me dejan pasar a ver cómo son. Los bell boys me levan con su jefe: es igual
a ellos pero mide el doble y está detrás de una barra alta. Hace gestos ridículos
y me señala unas escaleras mecánicas ocultas detrás de una pared. Cargo a
Lolita; conforme subimos, se ven abajo pasillos de cristal repletos de niños y adultos
que se mueven como hormigas. Llegamos a una parte alta donde hay una pileta de
agua muy sucia: en uno de los bordes hay alguien que al vernos salta hacia el
agua. Me asomo a la pileta, quien saltó es ahora una especie de caballito de mar
lleno de hilos y espinas que nada retorciéndose entre burbujas verdes que me
dan mucho asco. Lolita escapa de mis manos y salta al agua; voy tras ella y me
lleno de lodo: al sacarla veo que está toda enlamada y pienso que ahora tendré
que raparla. Luego estamos en el interior de uno de los departamentos; con
nosotros también está Doris. Hay una especie de fiesta familiar: en la cocina
hay varios televisores encendidos y unas señoras que preparan cazuelas de mole
y otros guisos. Caminamos entre personas que nos ignoran; llegamos a un
pasillito y entonces aparecen Laura Franco y Enrique Bernal, amigos de tiempos de
la secundaria. Laura dice que vayamos a uno de los baños donde hay más
privacidad; que nos va a contar un cuento de Jung (en la vida real, Laura es
terapeuta). El baño es muy grande y tiene una tina llena de agua; Laura comienza a hablar. A media plática, se abre la puerta y entra un robot gigantesco y bonachón:
es el papá de Laura que quiere usar el baño, así que tenemos que salirnos… Despierto. Segundo sueño: estamos
Doris y yo desayunando en un restaurante de Puebla, llega Gilberto a darnos
unos libros y le invitamos café. A un lado del restaurante hay una tienda de
artesanías: en uno de los estantes hay varios libros empaquetados en bolsas de plástico
y colgados en ganchitos; cada libro cuesta un peso. Descubro que sólo hay dos títulos diferentes, repetidos decenas de veces: El retorno de los brujos y Los
albañiles de Leñero. Decido comprarlos todos, pero entonces Gilberto me dice
que le deje la mitad para venderlos. Luego todo cambia: estoy yo solo frente a
un puestito de pelis piratas. En una pantalla están pasando un corto animado
que nunca he visto: se trata de un extraño video musical donde una mujer negra baila y
toca las maracas; junto a ella cantan unas jirafas. El estilo de los dibujos
me recuerda al de Sylvain Chomet. Veo que el corto dura menos de dos minutos y
decido ponérselos a mis alumnos de Narrativas en una clase sorpresa. Luego estoy tras mi lap grabando un dvd con
varias animaciones musicales en miniatura: ninguna pasa de dos minutos. Al
tratar de agregar el corto que acabo de ver, noto que hay un segundo que se
pierde: en el sueño ese segundo es una rayita de colores que parece una aguja de hielo,
lo cual me parece muy extraño. Sigo intentando que el corto quede completo,
pero entonces todo cambia y estoy en el comedor de la casa donde viví de niño, acomodando en
una caja de cartón las hojas onduladas de un horrible adorno navideño viejísimo… Despierto.
lunes, 9 de octubre de 2017
9 DE OCTUBRE DE 2017
Primer sueño: estoy en casa de mi mamá, tengo como 17 años. Llega una mujer a preguntar cuántas personas viven ahí; yo me oculto en un pasillo y empiezo a hacer ruidos de chango con la boca. Mi mamá le contesta a la mujer, pero no oigo lo que dice. Luego estoy en la orilla de una carretera solitaria: es muy noche y hace frío. Mi amigo Timo sale de unos arbustos, dice que está viviendo en la selva y saca unos chocolates de su mochila; después abre los brazos y me enseña su disfraz: se trata de un "topoch" (un costal convertido en túnica). Llega una patrulla y se estaciona frente a nosotros; tras ella hay varios autos lujosos y antiguos. Un hombre viejo y distinguido baja la ventanilla de uno de los autos y le da a Timo una carta donde dice que son miembros de un grupo exclusivo de escritores, entre los que están Mónica Sánchez Escuer y Tania Campos. En esos momentos recuerdo que Doris me encargó conseguir una buena serie policíaca. Volteo hacia la patrulla y veo que en el interior están los Rolling Stones: se ven muy jóvenes y todos visten uniformes de policía; se supone que son los protagonistas de una famosa serie de los 70s que no hemos visto. Luego todo cambia: es muy temprano, Doris y yo estamos en la gerencia de un hotel donde trabaja Antonio Lupián. El gerente es un hombre gordo y chaparrito, muy amable: nos dice que esperemos ahí, que Lupián llamó avisando que viene en camino. Aparece la imagen de un trolebús; desde una de las ventanillas, Lupián mira la ciudad: es NYC en los años 50s, hay muchos edificios caídos por el temblor. Doris y yo pasamos al restaurante a desayunar: el gerente se acerca y nos dice que pidamos lo que queramos, que es cortesía del hotel. De pronto empiezan a moverse los candiles que decoran el restaurante: cuando volteo hacia arriba, descubro que son los aretes de unas orejas gigantes… Despierto. Segundo sueño: hojeo el libro de un caricaturista antiguo donde hay escenas navideñas hermosísimas. Entre los personajes reconozco a Lilo y Stitch, pero dibujados como art nouveau. Empiezo a sentirme muy triste, pues sé que nunca voy a poder vivir una navidad antigua; entonces me doy cuenta de que estoy en el patio de una vecindad mexicana. Llega Doris y me cuenta que Frida Kahlo murió rodeada de políticos que ya querían que se callara pues estaba diciéndoles sus verdades. Luego estamos Doris y yo en el metro, que corre muy veloz; aunque el vagón está casi vacío, vamos de pie. Cuando llega a la estación, el vagón abre la compuerta: para nuestra sorpresa, se trata de toda la pared lateral. Afuera se ven anuncios luminosos que me deslumbran… Despierto.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)
-
Primer sueño: Doris y yo vamos en una camioneta; nos acompaña nuestra amiga María Islas y un grupo de desconocidos. Estamos recorriendo el ...
-
Primer sueño: voy con otras personas en un tren bala, estamos cruzando Chiapas que en el sueño ya se independizó de México y ahora está si...
-
Una presencia me invita a conocer la Casa de los Sustos. Me subo a un carrito de madera que empieza a avanzar lentamente: cuando cruza las ...