lunes, 18 de diciembre de 2017

18 DE DICIEMBRE DE 2017

Estoy a punto de comer en una fonda al aire libre; a mi alrededor hay mucha vegetación. Llega la mesera y me sirve agua de crisantemo en un vasito cúbico: veo que la bebida tiene flores blancas y huele muy bien; la mesera me dice que es cortesía y me pregunta qué quiero comer. Por error le contesto que picadillo, pero lo que en realidad quiero es pasta de coditos fría; ella se dirige a la cocina y yo la sigo para aclarar el error. En la cocina hay mucho ajetreo, la mesera se pierde de vista y yo me quedo mirando las enormes cazuelas de comida que llenan todo de vapor. De pronto estoy en un departamento antiguo de varios niveles: me asomo a la terraza y veo un enorme y amistoso pastor alemán que quiere jugar conmigo. Salgo; el perro me abraza y me lame la cara. Miro por el borde del barandal y veo que estamos en un cuarto piso y afuera están las calles de la ciudad de México en los años 60s. En un extremo de la terraza descubro que hay unas escaleras, lo cual me intriga, pues aunque yo vivo ahí, nunca había visto esa parte del departamento. Al acercarme veo que se trata de una pequeña librería: en las escaleras hay una fila de chavitos de secundaria que van a comprar sus libros de texto. Paso junto a ellos y entro a la librería: hay dos empleados; uno está atendiendo la caja registradora y otro es una especie de anfitrión que les va presentando los libros a los chavitos de secundaria. Veo los libreros: hay muchos ejemplares de la colección Alfaguara Juvenil. Los empleados empiezan a burlarse de mí, pero de manera amistosa. Yo me dirijo hacia otras escaleras secretas que bajan: en las paredes hay vitrinas largas con colecciones de bellísimos animales de plástico; mientras voy bajando, el empleado anfitrión me dice que son "los animalitos de Tobías". Al llegar a la parte de abajo, descubro que estoy en la UNAM: paso por una oficina donde Mario González Suárez está entrevistando a varias actrices para ver si las contrata. La oficina es muy grande y está llena de copas de champán en todas partes: en el escritorio, en los libreros y en las mesas bajas de la sala de entrevistas. Pienso que podría sacar una foto excelente, pues la luz amarilla que se refleja en las copas de champán se ve impresionante, irreal. Busco mi tablet para sacar la foto; entonces me acuerdo que Mario González Suárez me prestó su tablet para jugar un videojuego. De pronto todo cambia: me encuentro en un salón de fiestas vacío; hasta donde alcanza la vista hay enormes mesas redondas con manteles blancos. Yo estoy en una de las mesas tratando de entenderle a los controles de la tablet de Mario: en la pantalla quedó congelada la imagen de un videojuego de acción, pero en el contador de la izquierda veo que se me está acabando la vida, lo cual me preocupa. Quiero cerrar el juego y husmear en los archivos de Mario. En eso llegan Doris, Gina y mi mamá; me dicen que vamos a ir a comer, que si ya estoy listo. Entonces recuerdo que dejé mi comida a medias en la fonda, les contesto que ahorita regreso y entro al escenario de un teatro: en uno de los extremos se ve una puerta que da a los jardines de la fonda donde empezó el sueño. Cruzo y me siento en la mesa de la fonda: veo que hay varios platillos servidos, pero todos están fríos. Llegan unas mujeres hippies un poco desagradables y me dicen que si pueden compartir la mesa conmigo, pues todas las demás mesas están ocupadas… Despierto.

lunes, 11 de diciembre de 2017

11 DE DICIEMBRE DE 2017

Estoy en una oficina de provincia donde me contrataron para trabajar durante una semana. El lugar es extrañísimo: hay decenas de secretarias y hombres de traje que se mueven de un lado a otro por pasillos anchos sin hacerme caso. No sé en qué consiste mi trabajo y eso me preocupa. Intento enviarle un mensaje a Doris, pero en mi celular aparecen números incomprensibles, imágenes de gatos, un reloj redondo y blanco con ojos. Sé que me puedo ir al hotel y que nadie se daría cuenta, pero me parece poco ético. Salgo y camino por un centro comercial. De pronto descubro que estoy en la Mega, y que tengo que comprar pan navideño. En una correa llevo a un pastor alemán enorme que tiene el cuello muy largo y que va olisqueando todo. Llego al estante de los panes: vienen en paquetes de tres, pero yo sólo necesito uno. Para que el pastor alemán no se coma los panes, hago que meta la cabeza en un hueco de la pared. Tomo uno de los paquetes, veo que los panes son como nudos de cuerda; tienen pasas y nueces: se ven riquísimos. El pastor alemán desaparece y entro por una puerta grande: del otro lado hay una casa muy lujosa, repleta de libreros. Miro los libros: hay ediciones antiguas de Shakespeare y Cervantes. Aparece el dueño de la casa: es una especie de conde; usa capa negra y gorro de mosquetero. Me dice que suba por unas escaleras, que en el segundo piso está lo mejor de su colección. Veo las escaleras: le digo que si ahí pusiera un elevador, podría aprovechar las paredes entre los pisos para poner más libreros; él se queda pensativo. Aparece el elevador que propuse: entro. Voy subiendo lentamente; de las paredes tomo un librito: es una edición rara de Jorge Ibargüengoitia. Llego arriba, donde hay una terraza al aire libre llena de estatuas y vegetación, se supone que es el Castillo de Chapultepec. Aparece mi amigo Peter, me dice que quedó de verse ahí con una chava que se llama Sara; le digo que se apure, que no la haga esperar. De pronto suena su celular, Peter contesta y se aleja. Yo me dirijo a una especie de placita rodeada de bancas donde hay personas sentadas, leyendo; en el centro está una enorme mesa de cristal llena de revistas y jarras de agua. Veo que entre los lectores hay varias mujeres muy elegantes de edades diversas; me pregunto cuál de todas ellas será Sara. De pronto, hombres y mujeres interrumpen sus lecturas al mismo tiempo y me miran sonriendo, como esperando que les platique algo interesante… Despierto. 

jueves, 7 de diciembre de 2017

7 DE DICIEMBRE DE 2017

Primer sueño: me encuentro en una habitación esférica que sólo tiene un sillón antiguo y una mesita. Estoy esperando a Ingrid y Magdalena que van a llegar a que les dé una clase de tarot. Pasa el tiempo y no aparecen, así que trato de enviarles un mensaje por mi cel, pero las paredes de la esfera son metálicas y no tengo señal. Entonces veo que Magdalena está en la banca de un parque, leyéndole el tarot a un español. La banca donde están sentados se encuentra a la orilla de una ancha vereda que se pierde en el horizonte: el cielo es gris, hay árboles grandes y mucha neblina. Noto que Magdalena usa un sombrero horrible, adornado con plumas de avestruz que la hacen parecer un plumero. Llega Ingrid a la esfera, viene cargando unos paquetes; se disculpa y dice que me trajo a regalar unos libros. Luego estoy en el balcón de la casa sateluca donde viví de niño: hay una ventana abierta que da a la recámara de mi mamá y mi papá. Entro a hurtadillas por la ventana; mi mamá está viendo la tele, y aunque me ve, no me hace caso. Se abre una puerta y aparece mi papá, quien en el sueño es un famoso científico; me dice que salude a mi hermana. Entra una mujer grande: es una hermana mayor que no conozco, me abraza con fuerza y me pongo a llorar. Luego todo cambia: Doris y yo estamos en la casa; faltan unos segundos para que termine el año y nos sorprende el silencio pues nadie está echando cohetes. Vamos a la cochera: el cielo se ve iluminado por una luz ocre, algo siniestra. Me pongo a caminar como un pingüino y Doris me mira con extrañeza. Cuando salimos a la calle llega un auto convertible y se estaciona en la banqueta de enfrente: el conductor es mi amigo Manolo. Se baja del auto, Doris y yo corremos a abrazarlo; notamos que está muy elegante. Manolo nos dice que viene a la cena de año nuevo de su familia; lo acompañamos a una casa donde se oyen pláticas, risas y música. De pronto sale la mamá de Magdalena (quien en el sueño también es mamá de Manolo), y cuando Doris le pregunta por su hija, nos contesta que ya está durmiendo. Le decimos que traemos regalos: entonces me doy cuenta de que junto a nosotros hay un carrito del supermercado lleno de lociones y jabones finos. Volteo hacia la casa: detrás de una de las ventanas se ven varios antifaces negros y el sombrero con plumas de avestruz de Magdalena… Despierto. Segundo sueño: es muy noche, estoy volando por el Periférico a la altura de Plaza Satélite, voy de norte a sur. Para poder volar, tengo que oprimir una obsidiana redonda que oculto en la palma de mi mano. Voy muy lento y bajo, como a dos metros del suelo. En una parada de camión hay varios turistas gringos con sombreros y camisas floreadas: se me hace raro que estén ahí a esas horas, pues solamente pasan automóviles. Sigo volando: llego a un llano donde acaban de chocar dos coches de carreras. El piloto de uno de ellos está recargado en una llanta muy grande que se safó: es David Lynch de joven. Alrededor del choque hay varios muertos: al acercarme descubro que en realidad están fingiendo y aguantándose la risa, lo cual me causa mucho miedo. Llego a la Comercial Mexicana de Boulevares (ahora Mega): en el sueño la veo como era a mediados de los 70s. En el camellón sobresale la "cabeza" de una lombriz gigantesca: el resto del cuerpo está enterrado y sé que la cola llega más allá de Lomas Verdes. La lombriz está formada de un material gelatinoso de color azul metálico: se supone que es extraterrestre, y que llevaba enterrada millones de años; salió a la superficie por el temblor. No sé si está viva o muerta, pero cuando la toco, vibra. Luego estoy en un túnel en espiral; una presencia me comunica que la civilización de donde proviene la lombriz sigue existiendo aún, y que a continuación voy a ver una de sus ciudades. Al salir del túnel me veo a mí mismo; soy una especie de monigote: uso sombrero plano y traje negro de viejito. Estoy inmóvil. Junto a mí hay un mueble victoriano de mi estatura repleto de cientos de bocas de buzón. Aparece Georgina Montelongo, quien en el sueño es mi maestra de primaria; me dice que cuando yo muera, la Humanidad introducirá por esas bocas sus recuerdos… Despierto.

17 DE FEBRERO DE 2019