viernes, 30 de junio de 2017

30 DE JUNIO DE 2017

Estoy en el interior de una mansión, me acompaña Adán Chávez. Damos vuelta alrededor de una mesa: yo estoy acomodando mapas y otras cosas, él me sigue y me cuenta las razones por las que tronó con su novia; cada vez que inicia una frase me dice: "oye Ric", lo cual me llama la atención. Salgo al exterior de la mansión que tiene una fachada de cristales; me dirijo al río que la rodea, y al acercarme veo que está lleno de moscos: del otro lado brincan ranitas y hay budas pequeños. La tierra del suelo se desmorona y me deslizo hasta la orilla del río; tengo miedo de manchar mis tenis blancos, nuevos. Desde ahí veo que el caudal del río va a dar a unas compuertas de metal negro: están cerradas y lo que está del otro lado es un misterio. Regreso a la casa, en la entrada Adán me espera, impaciente. En uno de los jardines está Hilda Betancourt (una amiga actriz que no veo desde los 80s), viste de manera exótica y baila una danza lunar pues quiere llamar la atención de Adán. Se me hace un poco absurda la tal danza lunar, pues son como las 11:00 de la mañana. Regresamos al interior, Adán sigue platicando conmigo, me dice que todo sucedió a raíz de que fue a ver a Edith Rosas, mi terapeuta; que ella le ayudó a resolver muchas cosas (en la vida real Adán y Edith no se conocen). Aquí hay una parte del sueño algo extraña: veo una "historia" enrollada dentro de una ranura: de la ranura sale una lengüetita y sé que si la jalo podré conocer la trama completa, que trata de cierta mujer que trabaja como estilista pero que en realidad es una espía y cuya casa está cerca de la CFE, en la calle de Río Ródano (mi papá trabajó ahí durante 30 años). Decido no jalar la lengüetita y regreso al sueño "normal". Adán sigue conmigo, cada vez que volteo a verlo tiene puesto en la cabeza algo distinto: un gorro de explorador victoriano, un turbante, un sombrerito cilíndrico y con borla estilo Fu Manchú, etc. Luego lo llevo frente a una columna de la mansión y le explico que por la noche habrá una lujosa cena en honor de las duquesas y que tiene que vestirse de etiqueta para no desentonar (en el sueño, las duquesas son mis primas Martha y Marcela Colunga: veo una escena donde ellas viajan a bordo de una limusina blanca, usan guantes largos, estolas y sombreros de velo). En la columna aparecen, en animación, unos jeroglíficos que Adán y yo miramos atentos: son figuritas de meseros y doncellas que explican detalladamente cómo se deben servir los platillos esa noche. Me dirijo a la cocina; es muy pequeña y en su interior varias mujeres preparan en silencio la cena: están molestas por mi intromisión pero no me dicen nada. Hay cacerolas borboteantes sobre una estufita, una mesa donde una de las mujeres corta cebollas, junto a la puerta hay un anaquel con frascos repletos de amatistas (ayer compré unos amuletos de amatista). Por otra puerta de la cocina entra Fernando Brambila, es el jefe de los carpinteros y viene a ver qué se ofrece. De pronto llega Doris y me da un libro que acaba de comprarme: se trata de una antología de cuentos ancestrales de terror. Hojeo el libro que es muy lujoso, pasta dura, ilustraciones tipo Alfred Kubin que muestran historias de brujas (ayer estuve repasando algunas minificciones de brujas en Penumbria, la página virtual). Doris dice solemnemente: "ojalá que le guste a usted este libro, incluye varias rondas infantiles". Entonces nos dirigimos ella y yo a la otra parte de la mansión... Despierto porque mi perrita Frida me da un caderazo y me quedo con ganas de saber que hay en "la otra parte de la mansión". Bajo a anotar todo. 

jueves, 29 de junio de 2017

29 DE JUNIO DE 2017

Hay una multitud en un enorme local bajo tierra: estaremos ahí varios días, mientras arreglan el mundo. Yo busco a mis conocidos: veo a Adriana Reid con su silbato, organizando a la banda de Guadalajara. En la parte principal del local, varios profesores japoneses dan instrucciones pero nadie les hace caso. Me dirijo hacia la parte trasera, donde están los pobres: paso entre personajes de pie que hacen cosas diversas. Junto a las paredes hay colchones tirados donde duermen niños y perros; también veo una que otra gallina. Me acuesto en uno de los colchones del fondo; un hombre joven saca fotografías con su celular a grupos pequeños que sonríen y posan. El hombre joven viste de blanco pero su ropa está muy sucia: veo el colchón donde durmió, está lleno de tierra y moscas revoloteando. Llega Doris con dos vasos de atole en las manos, me da uno y me dice que hay que ir a las habitaciones de arriba: nadie las ha descubierto y ahí pasaremos mejor la noche con nuestro grupo. Subimos en fila por unas escaleritas casi secretas; también van Edgar Ríos, Delia, Gina y Alberto. Luego estoy en una plaza comercial enorme que es al mismo tiempo el pasillo de Metro San Lázaro que da a la Tapo. Conmigo va Garnica (el legendario distribuidor de discos inconseguibles del Chopo), mientras caminamos entre la multitud me va platicando sobre las nuevas tendencias del progresivo alemán. Yo no le hago mucho caso: delante de mí veo a mi amigo el Batman de chavito: está platicando con otro chavito la historia de una muchacha de la cual se ha enamorado y que no lo pela; yo me acerco a ellos y les digo que si quieren les leo el tarot. Entramos a un estacionamiento sin autos pero con tiendas lujosas en los extremos, el techo es muy bajo y la luz escasa: llegamos a una mesa chiquita como de kinder y nos sentamos a extender las cartas. Aparece el arcano de Los Amantes y le digo al Batman que todo va a estar bien; él se pone a payasear como si estuviera jugando póker, su amigo se burla de él (ayer, en la clase de tarot, revisamos dos lecturas donde salían Los Amantes). Entonces el sueño se convierte en pesadilla: estoy solo frente a un hombre siniestro de cartón sentado tras un escritorio y que se mueve de manera extraña, espantosa. Usa un polvoriento y arrugado traje de rayas parecido al de Beetlejuice; mueve las manos y dice un discurso pedante que no entiendo. Estoy aterrado. Despierto dentro del sueño pero en realidad sigo soñando: ahora me encuentro acostado en mi cama; sobre mi pecho está mi perrita Marnie hecha rosca. Estamos totalmente a oscuras. Junto a mí, debajo de las cobijas, hay una bocina plana: la enciendo para escuchar una versión radial de El Señor de los Anillos. Cuando empiezan a gruñir los orcos, Marnie se pone a temblar de miedo: me llevo la bocina a la boca y les ordeno a los orcos que se callen. Luego estoy con Doris en los prados de CU: con nosotros van otra vez Gina y Alberto, acompañados de su perrito Kron (q.e.p.d.), van también otras personas que no reconozco y mi amigo el fotógrafo Gerardo González, quien es el guía. Es de mañana, el sol está radiante y a lo lejos se ve un bosque de secoyas gigantes. Llegamos al bosque y nos metemos: todo oscurece; hay una sensación de cuento de hadas. Después de caminar un rato, encontramos un claro de pasto muy bien cuidado que está junto a un espejo de agua; en el centro del claro hay una flor solitaria, recta y amarilla. Gerardo me da una cámara y me dice que saque una foto de la flor; Doris dice que soy malísimo sacando fotos (lo cual es cierto), Gina y Alberto ríen. Me asomo al visor de la cámara y me doy cuenta de que la flor se ve como un dibujo de los animes de Makoto Shinkai. Pienso que el arte de la fotografía es incomprensible para mí. Despierto. 

miércoles, 28 de junio de 2017

28 DE JUNIO DE 2017

Una casa de dos pisos muy extraña: está a punto de amanecer y yo acabo de despertarme. Doris aún duerme. Me asomo a la calle y junto a unos árboles hay un volkswagen estacionado: en el asiento trasero una mujer mira su tablet. Sé que está esperando pues tiene un cita conmigo para leerle el tarot pero se le hizo temprano; dudo en pasarla ya, o esperar a que dé la hora de la cita. Luego todo cambia y vamos en el camión grande y lleno de muebles que siempre sueño (ver 25 de junio); además de Doris y yo, recuerdo al Peter, a Jessica y Héctor, a mis tíos Lalo y Dyrna, a mi amigo Timo Sosa. También van muchos otros personajes que no conozco: señoras gordas, hombres cubanos de guayabera y sombrerito; están discutiendo acaloradamente, traen en las manos tupperwares vacíos. Parece que no hay comida para todos; pienso que es porque el camión está pasando por Venezuela. Por la ventana veo parajes extraños: cimas, pueblitos fantásticos y multicolores en las montañas lejanas. Luego el camión está en los alrededores de Puebla, nadie lo conduce: en la parte delantera hay una pantallota donde pasan noticias. Estamos perdidos y nadie se ha dado cuenta, hasta que Héctor dice que él va a manejar para que encontremos nuestro camino: se sienta tras un volante que aparece de pronto y empieza a acelerar, a meterse por veredas llenas de baches. Afuera hay tierra, tienditas rascuaches. De pronto se estaciona y los que sí nos conocemos, bajamos: estamos en un pueblo tropical lleno de palmeras y vegetación exuberante. Hay varias chozas frescas y hermosas; en una de ellas está Eda Sofía, barriendo la calle: es una mujer recién casada y feliz, usa turbante y en el sueño se llama Carmen. Junto a ella brincotea un gran elefante amarillo adornado con motivos orientales. Del camión también baja mi perrita Frida y se pone a jugar con el elefante. Eda/ Carmen nos invita a pasar a un porche donde hay una mesa muy larga. Nos sentamos alrededor y unos inditos nos sirven vasos de agua de jamaica. Timo platica con Eda/ Carmen: estudiaron juntos no sé qué artes espirituales y están recordando los buenos tiempos (creo que en la vida real Eda y Timo no se conocen). Eda/ Carmen nos dice que no tarda su marido, que nos quedemos a comer y luego nos muestra una foto de su boda: veo las escenas de la lujosísima boda que se está celebrando en un jardín enorme lleno de flores blancas. Debajo de la mesa hay un perro grande enseñando los dientes: no sé si sonríe o nos quiere morder. Después de un rato Héctor nos dice que regresemos al camión, pero varios cochecitos de carreras que pasan a gran velocidad frentre a nosotros, nos lo impiden. Luego estamos otra vez en el camión en marcha: por la ventana pasan flotando unas ballenas que extrañamente tienen que ver con el elefante de Eda/ Carmen. Voy a la parte trasera del camión, llevo en la mano un radio de los viejos y quiero escuchar el programa "La hora de Jethro Tull". Me siento, mirando hacia atrás. Junto a mí hay un joven vaquero de sombrero y botas; se supone que es mi hermano pero yo nunca lo había visto. Conecto el radio en un enchufe y el vaquero me quita el cable para conectar un televisor pues quiere ver el partido de fut que va a transmitir la NASA. Me enojo y boto al vaquero al otro asiento, amenazándolo con un puño frente a su cara: noto que está muy asustado pero no me dice nada. Llega Doris y me dice que no me esté peleando; entonces hago berrinche y me llevo el radio para buscar otro enchufe en la parte delantera del camión. En la pantallota del frente, Vicente Fox da un discurso. El camión se detiene: me bajo y estoy solo, en una calle inclinada. Una mujer de Polanco muy arreglada sube lentamente en sentido contrario con una canasta de huevos en las manos; cuando la veo de cerca, noto que está excesivamente maquillada. Yo sigo caminando con mi radio en las manos. En una de las casas se abre una ventana: en ella aparecen los U2 y empiezan a tocar y cantar una rola horrible y melodramática que se llama "Somos los arcanos del mundo", se supone que es su último éxito. Yo me alejo despavorido, bajando a brincos por la calle; me urge encontrar un enchufe para el radio: pienso que "La hora de Jethro Tull" está a punto de acabarse y no quiero perderme el final. Despierto y anoto.  

martes, 27 de junio de 2017

27 DE JUNIO DE 2017

Tengo 20 años; estoy en la casa sateluca donde viví a esa edad. Es un domingo por la madrugada: la luz es gris y mis hermanos duermen; mi papá y mi mamá están en la cocina preparando hot cakes. Yo estoy sentado en un catrecito revisando el último best seller de Gabriel García Márquez que acaban de editar (en mi sueño, García Márquez todavía está vivo). Me da emoción empezar a leerlo y entretenerme pues pienso que los domingos son aburridos porque aún no he conocido a Doris. Voy a la cocina, abro el refrigerador: hay gelatinas verdes y moradas, bolsas de celofán con gomitas, ejotes en un plato y una hilera de vasos de leche. Le digo a mi mamá que voy a dar una vuelta en lo que están los hot cakes; ella me dice que va a llover. Salgo. Hace frío, llevo puestos unos pants, una playera vieja y una chamarrota larga con capucha; pienso: "ojalá no me encuentre a nadie conocido, estoy muy fachoso" (en la vida real eso me hubiera valido madres). Llego a Fray Servando, está muy nublado y solamente llueve por donde van pasando los autos pocos. Hay señoras caminando, niños, hombres en bicicleta; todos se mueven como en cámara lenta. Llego a una peluquería, en el cristal hay imágenes de cabezas punks (anoche Doris y yo pasamos por un salón de belleza y nos burlamos del cartel con los tipos de cortes). Al fondo hay unas escaleritas que van a dar a un banco; como es domingo está cerrado pero la gente puede pasar a los cajeros automáticos. Llego a la parte de arriba, todo está lleno de tierra muy fina. Los cajeros automáticos son largos y horizontales, parecen ataúdes; tienen una compuerta como de cofre de auto. En las ranuras de los cajeros también hay tierra: aunque no llevo mi tarjeta, pienso que el mecanismo se puede trabar. Al fondo hay un cajero automático más grande sobre el cual hay una pista scalextric donde corren varios carritos de carreras; arriba hay una pantalla larga donde se ven cifras y letras. Abro la compuerta de otro cajero a sabiendas de que está prohibido: debajo del mecanismo hay un rollo de billetes de a $500; jalo uno, lo hago bolita y lo dejo ahí. Me retiro asustado por lo que acabo de hacer y corro hacia las escaleras: un soldado y una señora con su hija suben al local. Pienso que mejor sí voy por el billete; total, si ya me filmaron de todos modos van a buscarme. Regreso, vuelvo a abrir la compuerta y guardo el billete en una de las bolsas de mi chamarra; el soldado ni me pela. Bajo sintiendo que soy un forajido, un personaje de Rulfo; me cubro la cabeza con la capucha para que nadie me reconozca. Otra vez por Fray Servando: llego a un callejón que da a una vereda serpenteante. La gente desparece, sólo hay tres niños pequeños jugando con una pelota; también hay árboles, pasto muy crecido, bancas de parque. A ambos lados de la vereda hay postes largos, en cada uno de ellos descansa una escalera de mano y hasta arriba hay lámparas de luz muy tenue y bocinas. Veo que alrededor de las luces revolotean pequeños "twits": son azules y transparentes, más mariposas que pájaros; para leerlos hay que subir por las escaleras de mano (ayer resucité mi cuenta de twitter). En las bocinas empieza a sonar la rola The Yes No Interlude de Hatfield & The North... Sigo caminando y ya estoy otra vez en calles satelucas: saco el billete, lo desarrugo y descubro que tiene la misma imagen en ambos lados, es un billete falso. Entonces llega a mi mente una verdad trascendental y profunda: "más vale robar que ser falso"... Despierto y me doy cuenta de que la verdad trascendental es una idiotez. Anoto todo.  

lunes, 26 de junio de 2017

26 DE JUNIO DE 2017

Un hermosísimo patio como de vecindad antigua: predominan el blanco y los colores pastel; hay macetas repletas de plantas, un ambiente zen. Es muy temprano; Doris y yo estamos echados en una esterita de colores cubierta por unos velos transparentes. Saco medio cuerpo de los velos y miro la planta que está en una maceta: al mover mi dedo índice cerca de ella, la punta de la planta (una hoja) lo sigue hasta casi tocarlo. Quedo maravillado y sigo haciendo varios movimientos con el dedo; de pronto la hoja se enciende durante unos segundos en una luz blanca y brillante. Le pregunto a Doris que si vio esa luz y ella niega, pero entonces nos damos cuenta de que otras plantas del mismo grupo de macetas también siguen los movimientos de nuestras manos: hay racimos de tréboles, florecitas amarillas; las macetas están decoradas con motivos mexicanos. Por ahí anda nuestra perrita Marnie queriendo que dejemos de jugar con las plantas y que la acariciemos. De pronto la primer planta toca mi dedo y siento una descarga eléctrica en la espina dorsal y una avalancha de imágenes acuden a mi mente; no es una sensación agradable. Una voz dice dentro de mí: "para que sueñes lo mismo que nosotras". Volteo hacia arriba: en un microbalconcito hay caricaturas antiguas en blanco y negro como las de los hermanos Fleischer; en otro microbalconcito están Ramón del Val y mi perrita Marnie, muy sentados y atentos. Del Val dice: "hay que preparar unos bocadillos con piel de bruja"; Marnie lo mira y asiente. Me imagino que la piel de bruja es una planta exótica, pero luego pienso: "este Ramón está tan loco que seguramente lo que dice es textual"... De pronto me doy cuenta de que junto a nosotros hay un edificio descomunal: la pared de la fachada es transparente y se pueden ver las escaleras, el movimiento de las personas que habitan los departamentos. Volteo hacia arriba: el edificio remata con una gigantesca cabeza de gato que da vueltas: el gato se llama Tito y es un tirano. Despierto.  

domingo, 25 de junio de 2017

25 DE JUNIO DE 2017

Voy en un camión de pasajeros muy grande: estoy triste porque es el final de unas excelentes vacaciones donde nos la pasamos muy bien. Conmigo va Doris y varios amigos: Jessica, HéctorMónica y otros muchos que no recuerdo. El camión tiene muebles como si fuera una sala; algunos amigos se sirven agua de un garrafón de cristal y hay una mujer pequeña que fue quien organizó el viaje: dice que anoche se durmió temprano y que es lo mejor que pudo hacer pues estaba muy cansada. Me asomo por la ventana del camión para ver el paisaje y pienso que quienes nos reunimos ahí tal vez no volveremos a estar juntos nunca; entonces aparecen en el sueño una fila de amigos y amigas: están de frente, bailando lentos, como si fuera la presentación de los personajes en el "opening" de un anime. Luego estoy en un departamento oscuro. Ya es de noche: mi papá y mi mamá duermen y yo me preparo para salir, pero no quiero despertarlos; pienso que es una lástima que aún no se hayan inventado los celulares porque entonces podría llamarles más tarde para avisarles dónde estoy. Mi papá, dormido aún, me dice que si es Aguascalientes sí puedo ir. Aguascalientes resulta ser un lugar desolador, una especie de campamento sobre un terreno ondulado lleno de montículos de sal o de chatarra: hay mucha gente aturdida, como zombies (ayer Doris y yo vimos episodios de The Walking Dead); algunos arrastran cosas y varios beben y platican acerca de su mala suerte. La luz es blanca y espantosa, demasiado artificial: se adivina que más allá de la parte iluminada la oscuridad es total. Yo llevo una bolsita de detergente, no sé qué hacer con ella: tengo que llegar a una guarida que está al final, en una montaña; ahí me está esperando Óscar Luviano quien me va a entregar unos guiones. Desde donde estoy, la guarida se ve llena de luces, rodeada de arbolitos; hay música, sé que la gente que está ahí es feliz. Llego a donde hay un escritor alcohólico, viejo y barbón; es dueño de un montículo de sal y está cocinando algo en un cráter. De vez en cuando bebe de su anforita. Me dice que no me vaya, que me va a contar unos chismes gruesos sobre un par de escritores: señala hacia un extremo y veo a dos personajes abrazados y caminando a tumbos. En el suelo hay cajas vacías, grietas largas de donde sale vapor. Le digo al barbón que al rato regreso y escondo la bolsita de detergente en uno de los huecos de su montículo para pasar por ella después, cuando ya esté dormido. Luego estoy apoyado en la barra de una cafetería. El ambiente ha cambiado por completo: se oye mucho bullicio y ya es de día. Hay por ahí un impresionante Jefe de Redacción; está furioso, regañando a dos reporteros porque no se ponen de acuerdo sobre la versión definitiva de una noticia. Los reporteros son una mujer, que grita acalorada, y un viejito triste que se me acerca y me dice que la noticia que van a escribir es sobre los meseros de esa cafetería que no tienen prestaciones: "algunos mueren haciendo su trabajo", dice y me da un folleto. Volteo hacia el fondo de la cafetería y veo a un mesero muerto, de pie, congelado en el acto de servir un platillo a una mesa redonda donde está una pareja leyendo libros. Pienso en el departamento donde duermen mi papá y mi mamá; me doy cuenta de que es un lugar falso, que mi papá murió hace mucho y que probablemente esté soñando. Luego estoy en la Universidad Ibero: varios camaradas y yo estamos esperando un trámite para cobrar un dinero que nos deben. La oficina de contabilidad es cúbica y de cristal y está incrustada en unas gradas: dentro hay un Godínez haciendo cuentas en una sumadora, cerca de él una mujer vestida de rojo mueve documentos de un escritorio a otro. El Godínez nos da un paquete de papeles: tenemos que firmarlos para que nos paguen. Entre los papeles descubro varios libros, obsequio de la Ibero: un álbum con paisajes de José María Velasco y un par de cómics chafísimas, dibujados por alumnos: les doy una repasada y veo a Batman, a varios personajes de anime hechos con las patas; sé que irán a dar a la basura, "o a lo mejor se los rolo a Gilberto Soriano para que los subaste en La Nena Oscura", pienso. Busco un papel para escribir mi sueño y arranco una hoja amarilla de un cuaderno: en la parte trasera están los reclamos amorosos que el Godínez le escribió a la mujer vestida de rojo y que nunca se atrevió a darle; pienso que no es de mi incumbencia y rompo la hoja. Como el trámite no acaba, paso a un pequeño patio donde están mis camaradas; por ahí andan Armando Walle y Javier Negrete, amigos de la prepa. Me tiro en un cuadro de pasto a la sombra de unas jacarandas. Platicamos. De pronto me doy cuenta de que Walle se ha ido; aparecen unas escaleras que bajan: al fondo se ve una puerta con una ventanita redonda que da a la calle. Por ahí entra Walle y sube las escaleras a grandes zancadas, en las manos trae varias chamarras padrísimas: "es para que salgamos a pasear con las chicas", dice. Me veo del brazo de Doris dando vueltas alrededor de una fuente: ella trae puesto un rebozo de colores; yo, una de las chamarras. Le pregunto a Walle que de dónde sacó las chamarras y sólo se ríe: entonces sé que se las robó a los de un desfile que iba pasando en la calle, un desfile para celebrar la aparición de la novela La guerra de los mundos (ayer revisamos a Wells en una clase). Bajo las escaleras que dan a la puerta de la calle, cruzo el desfile y entro a una sala blanca, decorada como película futurista de los 70s. Arriba hay una pantalla larga donde se ven animaciones; en el suelo hay una mesita cuadrada y chaparra donde varios niños de plástico, azules y amarillos, colorean sus cuadernos. Despierto.

sábado, 24 de junio de 2017

24 DE JUNIO DE 2017

Primer sueño: voy con Jacovich Gma subiendo por una escalerita de caracol repleta de japoneses, él me va platicando sobre unos excelentes discos de rock progresivo que acaba de comprar, conforme los nombra veo las portadas: son muy elegantes, predomina el azul y el blanco. Paralela a la escalerita hay otra que baja: pasa Mave Gaya, nos mira con resentimiento pero yo ignoro por qué está enojada con nosotros. Llego a la entrada de un minúsculo salón donde una maestra gorda intenta dar la clase: el suelo está lleno de niños muy pequeños, como de cuatro o cinco años, aunque usan uniforme de secundaria. La maestra les dice que se callen y que ya nadie puede entrar a clase. Entonces yo soy un niño chiquito y entro empujado por otra avalancha de niños: quedo tirado en el suelo y trato de no moverme para que la maestra no me saque. Jacovich me dice que va a desocupar un departamento, que si Doris y yo lo queremos para pasar las vacaciones. Doris y yo entramos al departamento: está casi vacío, es muy grande y tiene vista al mar. Desde la sala, logro ver que en la parte superior del closet de una de las recámaras hay unas lucecitas, entonces me doy cuenta de que estoy en un sueño y hago un close-up a las luces que resultan ser estampas de figuras hindúes y cartas de tarot: en medio de todas hay un rectángulo de mica que es la entrada para pasar a otro sueño. Estamos ahora Doris y yo en el Parque Naucalli; en mi sueño es África y alguien nos dice que tenemos que ir a un templo donde hay un elefante sagrado. Estamos en una loma y el templo se ve abajo, muy muy lejos, es una especie de carpa enorme y de pronto ya estamos dentro: hay mesas donde venden tazas de café turco y joyas, beduinos con camellos, mucha gente. Salimos y afuera está Mave Gaya con una enorme guitarra eléctrica en las manos y un sombrero tejano, nos dice que está tocando en un grupo de hard rock, que ya van a sacar un disco. Nosotros nos carcajeamos. Despierto y anoto... Segundo sueño: estoy en un salón de clases enorme: hay muchos niños, reconozco a Raymundo Sanchez Islas y Laura Franco Scherer, mis amigos de la secundaria. La maestra no está y todos hacen lo que quieren. Yo acomodo unas mesas largas y descubro que hay un niño en mi lugar, le digo que se quite pero como es más grande que yo puede pegarme así que lo reto a jugar ajedrez alardeando que nadie me gana (lo cual es mentira, en la escuela era bueno para el ajedrez pero varios me ganaban); en el sueño siento una parte desagradable de mí, jactanciosa y egocéntrica. Al fondo hay unos niños mirando videos tontos en una hilera de computadoras viejas. Un niño sabio, grandote y sonriente me regala un sándwich. De pronto todo cambia: Doris y su papá (q.e.p.d.) están en un callejón oscuro y macabro. Doris lleva a dos de nuestras perritas, no sé cuáles. Están buscando una entrada, el papá la descubre y abre un hueco para que pasen. Entonces aparezco yo en el sueño: estamos en un edificio lujoso y viejo; hay una caseta donde un poli nos dice medio molesto que no podemos entrar. Cuando reconoce al papá de Doris su actitud cambia: nos lleva muy amable a una escalerita que da a un estacionamiento en penumbras. Una licenciada nos dice que si vamos a cruzar lo hagamos con cuidado pues hay unos cadáveres: un ricachón se suicidó y también se suicidó su joven esposa luego de matar a su bebé. A mí me empieza a dar muchísimo miedo, no quiero pasar. El papá de Doris ya no está, pero Doris, cargando a las perritas, se dirige al otro extremo donde se ve la puerta de un elevador. Pido que iluminen más pues no quiero pisar los cadáveres: las luces suben tenuemente y diviso unas aterradoras siluetas color azul neón. Doris, ya dentro del elevador, cierra las puertas y entonces corro y meto las manos hasta que logro abrirlas y entrar también; tras de mí oigo los reclamos del poli y la licenciada. El elevador es del tamaño de una recámara, está lleno de huecos en el suelo y temo que una de las perritas se vaya a escapar por ahí. Hay cubetas llenas de agua, escobas, en las paredes del elevador se ven engranes oxidados y cuerdas: “las entrañas del mundo”, pienso. Luego estamos alrededor de una mesa larga donde mucha gente está comiendo, reconozco a Georgina Montelongo, Ingrid BodetDoris pide un platillo y yo le digo que no tengo hambre porque me comí unos pastelitos. En el centro de la mesa hay banderines, adornos florales y miniaturas de la Torre Eiffel. El lugar es ruidoso, muchos escritores caminan de un lado a otro, charlando y riéndose. Llega Córdova Just: es el chef y dice que cocinó cosas deliciosas, que nos preparemos: le sirve a Arturo Sandoval un plato repleto donde se ve pasta, brocoli, almejas. Me dirijo a la cocina para ver si pido algo y entonces descubro que detrás de la puerta está acostada la joven esposa que se suicidó: tiene los ojos abiertos, es morena y huele mal. Todos pasan cerca de ella sin darle importancia. Veo el trajín de la cocina, en una bodega vacía hay varias ratas del tamaño de perros. Están paradas en dos patas, son pálidas y casi pelonas, amenazantes; chillan y hacen ademanes, muecas: sé que están representando una obra de Shakespeare en “idioma rata”. Regreso corriendo a comunicárselo a Córdova Just y entonces despierto.

viernes, 23 de junio de 2017

22 DE JUNIO DE 2017

Estoy afuera de una casa que siempre sueño: es de un solo piso y está frente a una pequeña y casi secreta plaza provinciana llena de árboles. Abro la puerta de entrada que da directamente a una sala-comedor donde hay mucho desorden: cojines grandes, cuadernos, un refri de los viejos. En un rincón está la bolsota donde Doris guarda su compu. Voy hacia la parte trasera de la casa, paso por una habitación grande y casi en penumbras: en las paredes hay figuras de santos y en la enorme cama alguien está acostado bocarriba, ignoro si es una persona o un maniquí; esta habitación tiene un ambiente algo macabro, como de película de los Quay Brothers. Cruzo un pasillo y llego “al límite” (en otros sueños, hay una parte de la casa que no me pertenece y comúnmente me doy cuenta de que llegué ahí cuando veo a otras personas que no conozco y que no me ven). Hay una puerta delgada y larga, la abro y descubro que es un pequeño baño ocupado por una señora gorda. Salgo de inmediato, apenado, y ella me dice: “que no se escapen los perritos”. Alrededor mío hay varios perritos de diferentes tamaños y colores brincoteando; los guío para que regresen al lado de la casa donde pertenecen. Uno de los perritos está hecho de alambre plateado, no lo toco por miedo a herirme, pero él solo se adelgaza y logra pasar al otro lado por una ranura redonda de la pared: veo sus ojos, son rojos, resplandecientes; sus fauces triangulares tienen dientes de clavo. Regreso a la entrada de “mi casa”; estoy preocupado pues recuerdo que la cerradura de la puerta es muy frágil y alguien puede entrar: cuando llego, veo que estoy equivocado, que es una cerradura muy fuerte y que si alguien tratara de abrirla desde afuera no lo lograría (ayer en la mañana vimos el primer episodio de “Walkin Dead”, esta parte del sueño la relaciono con la escena donde una mujer zombie quiere entrar a la que fue su casa y sacude la manija)… Luego viene una parte del sueño algo borrosa: un traspatio, personas sentadas esperando algo. De pronto estoy en otro sitio; veo en el aire una maleta grande y transparente que en el sueño pertenecía a mi papá: es su colección de lentes, están perfectamente acomodados y en sus estuches. Son lentes hermosísimos, antiguos, de formas y colores diversos. Abro la maleta y veo que en vez de los lentes hay trenecitos de juguete. El lugar donde estoy ahora es un local donde mucha gente se prepara para una convención internacional de no sé qué. Yo estoy en la parte que da a la calle, desde donde se ven muchas palmeras. Llega un hombretón enorme y gordo, una especie de Mario Bros con cachucha que me da mala espina. El hombre saca una empanada y me la ofrece, tratando de convencerme de que es un trenecito y que debo incluirlo en la colección de mi papá. Camino hacia la parte trasera del local y llego a donde Roberto y Mauricio (mis amigos de la infancia) están muy apurados armando un exhibidor de cartón: me dicen que debo dibujar las portadas de unos trípticos que van a exhibir ahí. Yo sé que lo que en realidad hay que exhibir son los lentes/trenecitos de mi papá. De pronto el local se convierte en la sala de un cine: hay sillas plegables, la mitad de ellas ocupadas por niños y señoras comiendo; también hay hombres dormidos en el suelo con la cara tapada. Es un ambiente como jarocho y nadie hace caso a la pantalla donde se ven escenas de persecuciones; pienso en cambiar la película, ponerles alguna de mis animaciones. Regreso al otro local para armar el exhibidor pero descubro que estoy en el mercado de San Pedro de los Pinos: hay puestos de verduras, una tienda de triciclos, piñatas colgando. Estoy buscando un tinte para cabello que me encargó Doris. Llego al puesto de los tintes y en el mostrador veo muchas marcas, aunque no logro recordar cuál hay que comprar. Las señoras que atienden sacan un tinte que viene empacado en un folder y cuyo nombre no reconozco; dicen que es el mejor. Yo quiero llamarle a Doris para preguntarle pero no tengo crédito en mi cel. Me despierto cuando estoy a punto de pedirles prestado a las señoras un teléfono negro y antiguo (de los de disco) que está sobre el mostrador.

LikeShow more reactions
CommentShare

20 DE JUNIO DE 2017

La hora del crepúsculo: estoy en el patio trasero de la casa donde viví toda mi infancia. Es más grande que en la realidad, hay algunos sembradíos de coliflores, laminitas clavadas en el suelo con figuras de aves. Tras la ventana que da al comedor hay un perro negro moviendo la cola y sonriendo (en la clase del sábado vimos “The Black Dog” de Alison de Vere). En una esquina del patio hay una tienda de campaña militar iluminada por dentro; aunque no logro verlo, sé que en su interior está mi amigo Miguel Morales haciendo planes y tácticas, cosas de guerra. En los tendederos del patio hay cientos de cartas de tarot colgadas, cuando trato de agarrarlas descubro que son de jalea; se escucha la voz en off de mi mamá que dice: “todavía no están listas”. Aunque la mayoría de los tarots colgados son desconocidos para mí, veo unas cartas del tarot de Babilonia (en la vida real, una alumna me lo regaló el miércoles pasado) y en ese instante las mismas figuras aparecen como hologramas enormes a mi alrededor (no recuerdo qué arcanos eran). Aquí hay una parte confusa: camino por una plaza enorme y poco iluminada, voy jalando un carrito de dos ruedas. No las veo pero sé que cerca de ahí hay unas pirámides mexicanas recién descubiertas que son más grandes que Teotihuacán; en el sueño, pensar en eso me asusta. Luego estoy en la cocina de una mansión donde se celebra una fiesta: en un rincón, junto a un refrigerador grande, está mi carrito pero ya no sirve, le falta el seguro, que es una pieza redonda. Afuera suenan los ruidos de la fiesta, música clásica, en esa parte soy yo de niño. Me agacho a buscar la pieza del carrito debajo de un mueble y encuentro unos amuletos con campanas, pienso en robármelos pero sé que el ruido de las campanas me delataría; entonces aparece junto a mí una mujer enorme y negra que en el sueño es mi nana y que se encarga de mi educación. Me mira con recelo desde su altura pero siento su amor, es algo así como la Madre Universal. De pronto todo cambia: es una mañana radiante y estoy en la Escuela Mexicana de Escritores. Se trata de un edificio muy delgado, lleno de escaleritas y ventanales grandes desde donde se ve una ciudad de otro tiempo; a lo lejos se presiente el mar. Hasta arriba está la oficina de Alberto Buzali; es muy pequeña, llena de anaqueles vacíos, mapas en las paredes, lámparas; en su escritorio hay una caja de puros. Buzali es el encargado de revisar los libros que pueden contaminar, y cuando encuentra alguno maligno lo mete en una caja de lata redonda -de las de guardar películas- y baja corriendo y escandalizando hasta el sótano donde se deshace de todo; es un trabajo heroico. En otro salón está Guso Parra presidiendo una entrevista, se ve impaciente, ya quiere irse: veo como su manos tamborilea en la mesa y pienso en tarántulas, en manos que cobran vida (el domingo, en el club de lectura, analizamos el cuento “La bestia de cinco dedos”). Junto a Guso está sentada Amelia Casas, dice que no ha podido escribir, que por más que lo intenta no se le ocurre nada. Hay una ventana por donde pasan, a lo lejos, enormes dirigibles rojos y naranjas. Entro en acción para ayudar a Amelia y le pregunto cuándo fue la última vez que visitó un museo, y que escriba un cuento de esa visita pero redactándolo sólo con preguntas. Ella empieza a carcajearse y dice que mejor escribe algo sobre un vendedor que le quería vender algo y de cómo ella lo maltrató; por las carcajadas, se ve que le anécdota es divertidísima. La ventana de los dirigibles se convierte en una pantalla donde veo a Amelia visitando un museo, luego burlándose de un joven vendedor vestido con bata blanca como de farmacéutico. Guso toma sus cosas, ya se va a su casa. Yo bajo unas escaleritas que pasan cerca de un salón de conferencias donde se supone que Córdova Just reúne a los aspirantes; el joven Alegría va subiendo con su guitarra a cuestas y dice “están muy pollos”. Me asomo y es cierto: sentados alrededor de una mesa larga hay varios pollos del tamaño de personas, se mueven como hipnotizados y usan uniforme azul, frente a ellos hay platos vacíos. Salgo a la calle: es una ciudad inclinada, de colores suaves, como dibujada por los estudios Ghibli; a lo lejos se ven las velas de los barcos detrás de un horizonte de casas de dos aguas. Hace mucho calor. Camino rumbo a la otra cuadra, buscando el local donde Amelia maltrató al vendedor: paso por una nevería, una cafetería, una tienda de llantas donde hay unos niños jugando. Cuando doy vuelta a la esquina estoy en la calle sateluca donde estaba (supongo que sigue estando) mi escuela primaria. Despierto.

17 DE JUNIO DE 2017

Estoy en una sala muy extraña viendo películas. Junto a mí hay varios perritos durmiendo y yo me tapo con cobijas de estambres multicolores como las que tejía mi hermana Verónica. Alrededor de la pantalla hay anaqueles con cajas de VHS más grandes de lo normal; se trata de películas ochenteras de monstruos y de aventuras en trailers que en el sueño me había prestado mi amigo Abe Manc. Encuentro una película grabada en un caset de música; no hay imagen en la portada, sólo tiene un texto escrito por mí hace mucho; no recuerdo el título y en el sueño no recuerdo cuándo lo había grabado así que lo pongo para verlo. Se trata de una peli que sucede en una calle gringa donde está lloviendo, pasan coches, personas con paraguas negros; varias mujeres de diversas edades llegan a una puerta de entrada que da a una escalera; luego escenas diversas: las mujeres suben la escalera, una de ellas carga un pez enorme, dorado y negro, adornado con monedas del I Ching; al soltarlo, el pez nada por el aire rumbo a la parte de arriba donde se oyen ruidos de restaurante o reunión sin música, arriba hay varios yakusas serios, quietos. Curiosamente, las escenas de la pantalla se repiten en una ventana grande de cristal que está un poco lejos, a mi derecha. Doris está en la pieza de junto y yo le digo que venga a ver si reconoce la peli. En otra escena de la peli aparecen las mujeres en un sofá, tocando la guitarra y cantando, me doy cuenta de que se parecen, de que seguramente son madres e hijas, o tías y sobrinas; hay detrás de ellas una chimenea, luego escenas campiranas, vacas, trojes, y en primer plano la cabeza de un hombre negro, bigotón y patilludo que en mi sueño es un actor famoso de los 70s. La sensación es de que se trata de una trama victoriana, Doris me dice el nombre (que no recuerdo) y que está basada en un libro (anoche estuve leyendo los cuentos de W. F. Harvey). De pronto todo cambia: Doris y yo estamos en una librería buscando el libro: se trata de una librería de viejo que acaban de abrir en Plaza Satélite y que tiene las paredes en ángulos agudos y varias salas repletas de libros hasta los techos altísimos. Hay más gente, una pantalla grande a mis espaldas, volteo a verla y están pasando un anime de submarinos y tanques de guerra. Uno de los empleados nos abre las puertas de una especie de vitrina y dice que busquemos ahí: hay figuras de porcelana y una colección de tres hermosísimos libros encuadernados en piel color café claro o beige; el empleado dice que a lo mejor es el libro que buscamos. Pero no: se trata de un recetario ilustrado lleno de dibujos parecidos a los de Brian Found pero más suaves: ratoncitos comiendo con cucharas, una reina con alas de libélula, hongos con cara… El empleado nos dice que los libros cuestan $9,000. De pronto llega un hombre enorme, usa saco azul y tiene el pelo blanco; pone en uno de los mostradores un librito y dice “no es lo que esperaba”. Veo el librito: se trata de la segunda parte de Pinocho, en la portada está el muñeco narizón montado en un cohete. Los empleados se llevan al señor para enseñarle otros libros y yo entro a otra de las salas de la librería donde hay anuncios victorianos de café en las paredes. Un empleado detrás de un mostrador, que está por lo menos a un metro del suelo, prepara café en una maquina extraña como de Julio Verne. Me pongo a ver los libros de los anaqueles: Boris Vian, la novela de Gonzalo Vélez; le digo al empleado que qué bueno que abrieron una librería en Plaza Satélite, que yo fui sateluco y sé que muchos viejos lectores se están muriendo y que los hijos o las viudas acostumbran tirar los libros a la basura. El empleado me dice que la dueña de la librería es Selva Hernández. De pronto se oyen gritos, otro empleado se asoma a decir que acaban de meter un gol: salimos a ver la pantalla y lo que vemos es el lanzamiento de un cohete. Regreso con Doris que ya se compró varios libros, la abrazo y nos vamos caminando rumbo a la salida; afuera se ven tiendas, gente con regalos, suena la lluvia en el tragaluz enorme… Me despierto y bajo a escribir esto.

25 DE ABRIL DE 2017

4:30 am: sueño una película basada en Philip K. Dick: Dick recorre las calles acompañado de Popeye, su mejor amigo: los 50s, California: Algunas cosas trascendentales pero que ya se escaparon de la memoria… (la infancia, algo que tiene que ver con hospitales y enfermeras): Dick y Popeye echados en el sillón metálico y largo de una parada de autobús: Dick está nervioso, a la expectativa: Popeye en vez de espinacas bebe una lata de cerveza: El camarógrafo del sueño hace un close up a la nariz de Popeye y es una especie de fresa: Philip K. Dick se sienta, tiene una cámara muy pequeña, cámara de cine de aquellas de tripié pero que cabe en su mano; empieza a filmar el camión de pasajeros que pasa: Yo lo veo desde la ventanilla del camión, siento el movimiento traqueteante, “qué raro”, pienso, "nunca creí regresar a USA", Doris va leyendo en el asiento de junto, sombrero grande, lentes oscuros redondos: Entonces soy la cámara de Dick y en el sueño sé que lo que filma Dick es lo que más le duele: Fue abducido por extraterrestres: Corte a un ovni de imposible descripción: Enorme y plomizo, filmado con la consistencia de una película de la guerra, el ovni es el cielo y el cielo es el ovni que no tiene límites: Gris viscoso: Relacionado con ciertas ausencias del alma y la consciencia: El durísimo cenicero de Dios a donde van a dar en realidad todas las almas: En el interior del ovni, mecanismos, poleas medievales, el alma fragmentada de Dick convirtiéndose en las cuerdas (anoche, antes de dormirme leía un libro de Michio Kaku que hablaba sobre la teoría de las cuerdas, esto era importante en el sueño aunque ahora que lo trato de narrar no recuerdo por qué): De fondo, no sé si durante todo el sueño, pero seguro en el fragmento anterior, una rolita de Darth Vegas que agregaré en los comentarios: Philip K. Dick fue abducido por extraterrestres y convertido en el motor de una lancha de motor, un motor parecido a un pulpo rígido, y ahora que lo escribo, descubro que parecido también a la cámara que Dick llevaba en la mano: Dick es el motor con ojos de una lancha de motor y a partir de ahí el sueño se convierte en innumerables secuencias matutinas de la lancha que recorre un lago enorme con el papá de Dick a bordo, recortada su silueta de algún periódico: Sombrero y bigotes: Ojete y culpable de que hayan abducido a su hijo: En el sueño está por ahí la presencia de mi papá como un rumor (en esa parte del sueño, fragmentos de otros viejos sueños míos donde hay barcos pequeños, islas, el tiempo ochentero que viví en el mar): Dick abducido por extraterrestres y obligado a trabajar sin descanso como motor de lancha de motor qué pesadilla... Le digo a Doris: acabo de ver la mejor película: Corte a una escena de la calle de Río Amazonas donde está o estaba un hotel donde trabajé muchos años, pero en vez del hotel veo el legendario Cine Elektra (que en realidad estaba en Río Guadalquivir, creo): Es el estreno de la mejor película, una película de extraterrestres basada en un libro de Philip K. Dick: A la entrada del cine está Sherlock (anoche Doris y yo vimos un episodio de Sherlock) con sombrero de copa y saco rojo recogiendo los boletos: Despierto: Tengo taquicardia y estoy muy asustado por el sueño, pero el sueño sigue: Veo a Philip K Dick y su esposa incrustados en la pared de la recámara donde dormía cuando era adolescente: No se parece al Dick de las fotos, es chaparro y pelón, cabeza redonda, su mujer es la típica hippie californiana, flaca y de pelo largo: Entre los dos cargan a un bebé asiático: Dick está triste porque no lo reconocen, porque se hacen películas de sus libros y él no recibe ni un centavo: Es muy pobre, necesita dinero para comprar leche: Le pregunto que si ya dejó de escribir y se queda pensativo: Le digo, “deberías escribir tu experiencia con los extraterrestres”: Aparecen algunas escena de biblias y otros libros, una enramada hecha de líneas y cuerdas: Doris me informa que Philip K Dick está muerto desde los ochentas… Despierto.

26 DE JUNIO DE 2013

Soñé con mis viejos compañeros de la secundaria. Estamos en una especie de escenario ciberpunk: unas escaleras barrocas y enormes que dan vueltas, y que tienen una especie de diminutos camerinos adosados donde nos reunimos en grupitos pues hay que prepararnos para cierto “evento apocalíptico” que consiste en un concurso. Somos varios, pero recuerdo particularmente a Laura Franco que va de un lado a otro pues es algo así como la Madre Superiora y se preocupa por la salvación de nuestras almas. Javier Guarneros nos explica qué debemos hacer y cómo debemos colocarnos cierto tipo de escafandras azules y verdes que, al usarlas, nos pondran en contacto con nuestro “yo verdadero”. El gran ausente es Enrique Bernal pero sólo yo me doy cuenta y les digo a los demás que hay que esperarlo. El ambiente del sueño es extrañísimo: todos somos pequeños, tal y como yo los recuerdo de la secun, pero al mismo tiempo tenemos la edad de ahora y yo siento lo mismo que sentía entonces: una mezcla de admiración y terror al bullying. Al fondo de las escaleras hay un sótano donde se ven ciertas formaciones rocosas, inquietantes porque “no son de este mundo”. Recuerdo también a Alfredo Azcune, esta inmóvil, muy serio, como si no quisiera hablarnos; alguien –no sé quién- me dice al oído: “es Drácula” (en estos días he estado releyendo Drácula para un curso que estoy impartiendo). Tratando de aparentar calma, Guarneros nos pregunta a todos por lo qué hacemos y a quienes más hemos visto; yo le cuento de algunos ausentes, pues a estas alturas del sueño ya nos han dividido: nosotros tenemos la escafandra verde, y el otro “equipo” (que se encuentra en otro camerino, escaleras arriba), la escafandra amarilla. Por ahí ronda un fantasma disfrazado de General; es Marcelo quien fuera prefecto de la escuela: nadie lo ve, sólo yo y eso me daba mucho miedo y cuando les pregunto a los demás si lo recuerdan, todos niegan con la cabeza (esto viene de una anécdota real pues una vez, recientemente, que vi a Laura Franco, me decía que no recordaba a Marcelo). En fin, cuando llega mi turno, le digo a Guarneros que me he dedicado a la literatura pero también a la terapia junguiana y él llevándose el dedo índice al mentón, concluye algo así: “¡Cómo nos habrá dejado la secun que cuatro de nosotros se dedican a curar la cabeza (De la Cruz, Érika) o la mente (Laura Franco, yo)…” Yo le respondo que Enrique también pues da clases de yoga, pero nadie queiere escucharme. Nos asomamos a las escaleras y yo tengo que colgarme por el barandal con una cuerda: conforme voy bajando me doy cuenta que los de arriba se han convertido en monstruos y me arrojan dulces que hieren como vidrios, y juguetes (canicas, soldaditos). Entonces, para evitar los proyectiles, me suelto de las escaleras y comienzo a bajar a toda prisa, descubriendo un ambiente horrorífico (quienes hayan jugado videojuegos de terror de la última generación podrán entenderme) y desesperanzador donde la vida está a punto de acabarse para siempre. Llego al dichoso sótano, y descubro que el suelo es de lodo chicloso y que si pongo los pies en él me hundo a quien sabe qué otro infierno. Hay momias colgadas en las paredes, ventanas tapiadas, dentaduras de tiburón. Decido subir de regreso y por las escaleras suben filas de monjes, aunque lo hacen lentamente y cantando. Cuando llego arriba ya ha comenzado el “evento apocalíptico” y consiste en un concurso de Cocina (anoche Doris y yo vimos en la tele uno de esos programas donde concursan varios chefs), y los demás me ponen al corriente: hay que preparar un platillo en una especie de cajita de metal que se llama "El Corazón", y que al mismo tiempo es un arma peligrosa y un juguete. Sólo uno de nosotros puede hacerlo y tenemos que decidir quién. En una pantalla se ve la cajita del equipo enemigo y está llena de mecanismos y muñequitos que hacían clic clac y se transforman en plásticas florecillas multicolores que van dejando una gruesa capa de oro en la parte superior de la cajita: entre más grande es dicha capa, mayor es el puntaje. Llega Enrique Bernal, dice que su boggie se descompuso; sin perder tiempo en saludarnos, se pone a pensar en cómo mover los mecanismos de la cajita. Alrededor hay globos, ruidosísimo rock, una ambiente de fiesta; grupos de monjes y monjas cantando al unísono. Al final llega Lucy Castillo pidiendo perdón pues su avión se había retrasado, brevemente le explicamos en qué consistía la prueba y ella nos arrebataba la cajita, le hacía unos pases mágicos y esta se desborda de oro, haciendo que nuestro equipo gane. Gritos, el puntaje en las pantallas, un murciélago revoloteando… y eso fue todo: desperté.

7 DE DICIEMBRE DE 2015

Anoche volví a soñar con ovnis. Los ovnis de mis sueños son enormes, lentos, espeluznantes... no tienen nada que ver con los que aparecen en las pelis o las pocas cosas raras que me ha tocado ver en el cielo. En el sueño, íbamos Doris y yo en el coche por un campo michoacano, a lo lejos se veía un pueblito y un bosque; el ovni pasaba muy alto, más allá de las nubes, tapándolo todo. Era muy temprano. Nos bajábamos del coche para verlo bien; había otra pareja de gringos en la orilla del camino pero no sé por qué ellos no lograban distinguirlo. La sensación es esta: "ojalá esto que vemos sea una alucinación, porque si no..." (sigo un poco asustado).

17 DE FEBRERO DE 2019