domingo, 13 de agosto de 2017

13 DE AGOSTO DE 2017

Una presencia me invita a conocer la Casa de los Sustos. Me subo a un carrito de madera que empieza a avanzar lentamente: cuando cruza las compuertas giratorias, cierro los ojos. Estoy muy asustado, temerosos de abrir los ojos y ver monstruos, pero al mismo tiempo me da pena ser tan coyón. Me pego al lado derecho del carrito, para evitar que unas manos de tela -que no veo pero sé que están ahí- me toquen. Entonces el carrito empieza a bajar en espiral a una velocidad frenética, el corazón me late fuerte y sé que en el trayecto hay muchas escenas horroríficas, pero sigo sin abrir los ojos. Pasa mucho tiempo. Cuando por fin el viaje termina, me encuentro en una calle de Veracruz llena de palmeras y coches estacionados: es muy temprano y está a punto de llover. Aparecen varios niños pequeños y antiguos, cada uno montado en un carrito de madera: cuando se enteran que no abrí los ojos durante el viaje se decepcionan un poco, pero me dicen que lo comprenden, que a ellos les pasó lo mismo. Luego estoy con mi amigo el Peter, quien en el sueño nunca ha probado el sushi: lo llevo a un local donde, además de vender el mejor sushi de la ciudad, pasan películas antiguas. Al entrar vemos que hay mucha gente, hay que formarse para que nos tomen la orden y nos entreguen los sushis. Le digo al Peter que aparte una mesa: de pronto aparece una hilera de mesas que nos estorban el paso; son como un animal vivo, aunque inmóvil. Peter pone sus libros en la primera mesa; noto que uno de ellos es la historia de Focus, la banda holandesa de rock progresivo (hace algunas semanas, el Peter sugirió Focus 3 como "disco del día" en Radio Fu Manchú, mi grupo progre del Facebook). En la portada del libro está la cara enorme de Thijs van Leer que es al mismo tiempo mi tío Víctor. La fila avanza; en la barra de entregas, mi ex alumna Marichuy nos da una charola con los sushis y nos dice algo en japonés que no entendemos. Al dirigirnos a nuestra mesa vemos que está ocupada por varios intelectuales barbones que nos miran sonriendo y nos preguntan si estorban; les decimos que no, pero nos vamos al extremo del local donde están los gabinetes. Por la ventana se ve un paisaje selvático en blanco y negro: se trata de una película. Nos sentamos. El Peter no sabe usar los palillos, cree que son catapultas para lanzar los discos de sushi al aire y atraparlos con la boca; le explico cómo usarlos, y en un santiamén se come tres rollos de sushi él solito. De pronto todo cambia: estoy en la casa de Boulevares donde viví de niño; frente a mí hay una enorme pantalla de computadora dividida en dos partes. Del lado izquierdo de la pantalla hay un rectángulo donde estoy dibujando una clase muy difícil que tengo que dar en la Escuela Mexicana de Escritores; del lado derecho hay una pequeña ventana que muestra el simulador de vuelo de un avión caza: para aterrizar sin problemas, debo hacer que dos agujas coincidan, lo cual es muy difícil. Para terminar de preparar la clase tengo que grabar varias animaciones en un dvd, pero la computadora es muy vieja y no tiene quemador. Salgo a la calle: frente a la banqueta hay un enorme camión blanco estacionado; se supone que es de mi mamá, pero yo nunca lo había visto. Abro el cofre del camión, junto al motor hay un compartimiento para grabar dvds. Meto un dvd virgen: para programar la grabación, tengo que ir a otro compartimiento de la guantera donde hay una pantallita negra. Hago la programación: calculo que el dvd tardará unos veinte minutos; regreso a la casa a terminar de trabajar, pero Doris está usando la compu y me dice que mientras me ponga a leer. Vuelvo a salir a la calle para ver si ya se grabó el dvd, pero se safó una pieza y hay que volver a empezar todo el proceso. Me trepo al camión, del lado del conductor: está muy alto y afuera todo se ve borroso, como a través de una seda blancuzca. Entonces el camión empieza a girar y choca con otro camión que está estacionado en la banquta de enfrente: yo quedo atrapado entre los dos y pienso que a lo mejor me rompí algo, pero no quiero que Doris se asuste. Salgo arrastrándome, y veo que en medio de la calle hay dos horribles anunnakis tirados, tal vez muertos… Despierto. 

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